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Diversos analistas han señalado que la reforma al régimen pensional que acaba de aprobar el Congreso es perjudicial en el futuro para los jóvenes del presente. Y que el hecho de que la enorme mayoría de los aportes pensionales los vaya a percibir y a administrar el Estado a partir de ahora representa un riesgo en sí mismo, siendo corrupto e ineficiente como es el Estado colombiano. Y, de igual manera, que se pondría en grave peligro el mercado de capitales y la inversión, necesarias para generar crecimiento económico y empleo.
Parece haber fundamento en esas preocupaciones, parece concebible que esos peligros existan. Quienes los han señalado son frecuentemente personas sesudas y conocedoras del asunto. En el caso de otras, como pasa mucho por estos días, sus opiniones parecen enturbiadas por intereses particulares o por fobias ideológicas. En fin…
En todo caso, si es cierto, como dice el presidente Petro, que la reforma va a permitir que dos millones de ancianos que jamás lograron una pensión y están en la pobreza reciban una ayuda económica provista por el Gobierno, entonces yo sí me inclinaría a estar de acuerdo con la aprobación de la reforma en el Congreso. Teniendo en mente que más adelante se puede rectificar, se puede corregir, se puede modular, sin cortar de tajo un esfuerzo en la lucha contra la pobreza.
Pero no solo eso. Si lo que dice el presidente es cierto, se trataría de un acto de justicia social y de humanidad en la orientación de la política económica. Nada menos. Yo lo aplaudo. Y en alguna medida, además, me reconcilia con el presidente y me suscita admiración, después de haber criticado duramente su desempeño varias veces desde esta columna.
Si esta ayuda a los viejos de Colombia es una realidad y es sostenible en el tiempo, me parece que el presidente Petro ha hecho algo de monumental importancia en la tarea inestimable de equilibrar nuestra sociedad. De enmendar profundos actos de injusticia e indolencia de nuestra sociedad y el Estado.
Y si el presidente Petro ha podido hacer este acto de conmiseración y fraternidad, ¿por qué otros gobiernos, que precedieron al suyo, no lo hicieron? Si sí se podía, ¿por qué no lo hicieron un Duque, un Uribe, un Andrés Pastrana, semejantes prohombres? ¿Por qué no lo hicieron si era posible?Aún si todos los analistas que se opusieron a esta reforma tuvieran razón, es decir, aún si se corren los riesgos que se enumeran al principio, disminuir el hambre y la miseria de dos millones de compatriotas, sobre todo si son ancianos y ancianas, bien vale la pena. ¡Claro que vale la pena correr tales riesgos!
Si el final de la vida, si el final de la jornada, si la ancianidad, mejor dicho, no tiene un mérito y un galardón, apague y vámonos. No hay sociedad más autodestructiva y envilecida que la que maltrata y desprotege a los niños y los viejos. Es como escupir sobre el misterio mismo de la vida y la muerte, que nos dibujan el corazón y las manos.

Por Gonzalo Mallarino Flórez
