Si yo fuera un niño o una niña en edad escolar, quisiera saber la verdad.
Quisiera que una buena maestra, que un maestro sensitivo, me ayudaran a leer los informes de la Comisión de la Verdad. Desde temprano en mi vida, desde que vaya teniendo una mente flexible y aguda para saber y entender las cosas de este mundo. Una mente que discierna y comprenda la noción de justicia, de decencia, de responsabilidad, de expiación, de solidaridad, de perdón, y de lo colectivo como destino. Como destino mío y de los otros niños que están yendo a estudiar como yo, en mi país. Quisiera ser con los otros niños y niñas, eso, mi país. De cara a la verdad y libres de la mentira.
Si yo fuera el padre o la madre de un niño o una niña en edad escolar, quisiera que supieran qué pasó en su país y por qué. Cuál es la razón por la que su país ha sido azotado y degradado por la violencia de esta manera. Tal vez la violencia más horrible del mundo en estos años de la historia humana. Quisiera eso y quisiera ayudar a entender. En mi misma casa, si yo tuviera niños y niñas chiquitos, en edad escolar, quisiera para ellos que estuvieran en las mesitas de noche y en los estantes los tomos del informe de la Comisión de la Verdad. Junto con La vorágine, o con Cien años de soledad, o con Siervo sin tierra, o con Los días azules, o con la poesía de Aurelio o de Carranza. Quisiera que los leyéramos, juntos, en la familia, y quisiera ayudar a entender.
Quién asesinó, quién secuestró, quién violó, quién mutiló, quién extorsionó, quién traicionó, quién mintió, quién desplazó, quién encerró, quién envileció, quién desapareció. Quiénes hicieron esto a miles y miles durante más de medio siglo. Cómo podemos asegurarnos, como niños y niñas en edad escolar, acompañados de las maestras y los maestros, de las madres y los padres, cómo podemos asegurarnos de que esto no ocurra más. No vuelva a ocurrir nunca. Nosotros, los niños y niñas en edad escolar, necesitamos saber porque nosotros somos el porvenir. Somos la esperanza. Y tenemos que saber la verdad.
De otra forma el dolor ahí, enquistado, fermentándose más y más, y generando nueva violencia, en un proceso incontenible, interminable, de dolor y de injusticia y de desesperanza. Y eso no puede ser. No puede ser que haya unos, en ese mundo de los adultos, que quieran que yo no sepa, que me quieran mentir, que quieran que yo no lea esas páginas manchadas de lágrimas.
¡No puede ser!
Y entre tanto, nosotros, los adultos, los que hicimos todo tan mal en Colombia, los que permitimos que se desatara este horror que no para ni un día, nosotros no podemos dejar que otra vez lo soterrado y lo vil y lo falaz se vuelvan a instalar así entre nosotros. Como sociedad, no podemos.
Ya es bastante terrible lo que les estamos entregando como país a estos niños y niñas en edad escolar. Para dejar pasar ahora esta primavera, esta ocasión dorada de que sepan qué pasó. Y que en el futuro que ya viene, hagan las cosas mejor que notros. Libres ya de la mentira que otros quieren prolongar.