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La verdadera patria es la infancia

Gonzalo Mallarino Flórez

30 de julio de 2025 - 12:00 a. m.

Así dijo un gran poeta austriaco.

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Qué cosa más bella y más verdadera. Antes de la noción abstracta de patria, con una historia y unas personalidades responsables de unos hechos famosos, y desde luego, antes de un Estado que tiene la pretensión de representar esa noción, está la infancia en la que se forman, con un ritmo delicado y milenario, nuestra alma y nuestro mundo de sensaciones hondísimas, nuestros amores y tristezas, todo ya imborrable para el resto de la vida.

A veces feliz, a veces amarga y desgarrada, la niñez es nuestro amanecer en el mundo. Es que imagínense, venimos del vientre tibio y semioscuro de la madre, con sus rumores y sus constelaciones sensitivas, donde estamos tranquilos y protegidos y albergados frente a cualquier miedo o cualquier peligro, y de repente nos sacan de allí. Y nacemos. Y comienza la infancia lábil y mutable como el agua translúcida de un estanque.

Lo primero que se nos mete en la memoria y en los sentidos y los tejidos y las entrañas es el olor del pecho de la madre. El mundo todo es su pecho. Y después será su voz cuando nos lleve tiernamente al sueño leyéndonos los cuentos infantiles. Es todo maternal, tiene que serlo porque el mundo es muy grande y muy desconocido para nosotros y necesitamos de su guía y de su amor a toda prueba. El único amor a toda prueba de esta vida.

Después comprendemos que la familia es más grande y que afuera de la casa está la calle con sus árboles y sus pájaros y sus columnas de luz de sol llegando hasta nuestra frente y nuestras pestañas, acariciándonos, cargadas de esporas y de átomos giratorios. Y ya somos otros niños y otras voces y otras manos pequeñas tocando la hierba y las orugas y los pétalos húmedos de las flores.

Y nos sumamos a nuevas canciones y podemos por primera vez tomarnos de las manos y hacer las rondas y sentir que el tiempo con sus dedos de cristal, es el de todos ahora, el colectivo, el que nos pertenece a todos porque transcurre igual para todos. El tiempo lentísimo de la niñez es de todos los niños nuevos e invictos de la tierra. Y ahora sí podemos enfrentar el viento frío y la lluvia y la neblina y aun la noche que llega con sus turbaciones y sus creaturas. Somos uno, entre todos los niños y niñas de la tierra a la que nos estamos ligando y uniendo ya sin retorno.

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Y eso, todo eso, se nos mete, como ya dijimos, en lo hondo del alma y nos dibuja las yemas de los dedos y las mejillas y la frente y la voz y el flujo de la sangre y del aire por nuestros órganos y por nuestros recuerdos primordiales, aquellos recuerdos que son el pleistoceno de nuestro ser y de nuestra persona y nuestro ademán de adultos. Nunca fuimos más nosotros mismos que en ese instante, nunca fuimos más verdaderos y más genuinos. Nunca. Esa es nuestra verdadera patria, a la que nos debemos como sus hijos y su fuerza de renovación y de futuro.

Cómo luce de corrompida y manoseada la palabra patria, dicha después de eso.

Por Gonzalo Mallarino Flórez

Escritor. Autor de varios libros de poesia y de ocho novelas, de las que hacen parte sus célebres Trilogía Bogotá y Trilogía de las Mujeres. Es frecuente colaborador de importantes periódicos y revistas
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