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En gran medida, la razón por la que las mujeres no quieren tener hijos como antes son los hombres. La sociedad que los hombres han constituido durante siglos es oprimente con las mujeres. Los hombres oprimen a las mujeres en todos los ámbitos, desde hace siglos. Deliberadamente y hasta larvadamente, pues saben simular con gran eficiencia.
Y en el ámbito de las relaciones de pareja, en el de la relación sexual, en el de la procreación, en el de la crianza, ni se diga. Los hombres han inventado los usos sociales, las religiones, los sistemas jurídicos y punitivos, hasta los preceptos éticos y filosóficos de la medicina y la biología, para que, llegado el caso, puedan garantizarse una posición de ventaja ante ellas, de privilegio, de confort. Mientras ellas, en tantos casos, se oscurecen, se aplazan o se malogran vitalmente.
Un caso paradigmático es el aborto. El castigo al aborto es una de las formas más terribles de oprimir a las mujeres. Forzarlas, so pena de meterlas en la cárcel o de mancharlas socialmente, a tener un hijo que no quieren tener, es de una violencia y de una inhumanidad inconcebibles.
Y ahora los hombres, doctos y sabios, dictaminan que, si las mujeres no quieren procrear como antes, la humanidad está en peligro, las sociedades se van a envejecer y eso es muy negativo. Enfrentamos, incluso, la extinción de la especie. Pues, entonces, ¿por qué construyeron, siglo tras siglo, sociedades tan injustas y persecutorias contra las mujeres?
Haber pensado, entonces, en imperativos como la equidad, la igualdad, el rechazo total a cualquier forma de injusticia y violencia contra las mujeres. Igualdad desde el mismo acto sexual, desde las caricias y los besos y la honda comunión carnal, moral, emocional, psicológica. Y después, igualdad en los trabajos y las penurias y las cargas de la concepción, el embarazo, el parto y la crianza. Pero, no, ahí los hombres guardan silencio, quietud total, ajenidad total, se trata, para ellos –como han dicho durante siglos y siglos–, “del caótico mundo de las mujeres y los niños”. Y ellos están por encima de eso. A ellos no se les puede importunar y distraer con esas puerilidades.
Tienen toda la razón del mundo las mujeres cuando se niegan a procrear. Hoy en día, ya en este punto de la historia de la humanidad, es un acto elemental de soberanía vital, de emancipación, de libertad, de lucha indeclinable por sus derechos y su igualdad.
Si en verdad se corre el riesgo de afectar, de lesionar la estructura de la sociedad moderna, o de llevar a la especie a la extinción, es todo culpa de los hombres, de los varones que, en una defensa ya insostenible y milenaria de su posición de privilegio, reventaron y quebrantaron hasta lo inconcebible a las mujeres.
Y ahora les exigen, altaneramente, ampulosamente, que se vuelvan a callar, que se vuelvan a tragar su dolor y sus lágrimas. Y que procreen, que les entreguen, ya mismo, los hijos que ellos demandan.
¡Vaya!
