Para mí, la herida más grande que tiene Colombia, como una cortada en canal a lo largo de su espalda, es la violencia sexual contra las niñas, las adolescentes y las mujeres. Nada degrada tanto a una sociedad. En nuestro país no se salvan ni las bebés de meses. Y casi siempre, además, los violadores y los abusadores son los esposos, padres, tíos, hermanos, cuñados, familiares, allegados… En todo caso, varones, porque esta es una plaga abominable que desatan exclusivamente los machos de la especie.
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Sí creo que una nación que haya desterrado esa forma de violencia es más desarrollada, ha evolucionado hacia algo de mucha mayor estima y valor. Así esa sociedad no tenga iPhones, ni centros comerciales, ni restaurantes finísimos, ni colegios bilingües, ni bellos condominios.
Es que imagínense: un país donde no haya violencia sexual contra las mujeres, ¿qué diría eso de la gente de esa sociedad? Sería una sociedad apacible, creadora, dulce, solidaria. Sería como ascender un peldaño en alguna escala…
La segunda herida es el asesinato a manos de los carteles de la droga, con o sin origen guerrillero, pues ya todos son lo mismo a estas alturas, de líderes comunitarios, indígenas y reincorporados. Las masacres que han cometido esos asesinos son estremecedoras. El presidente Petro se ha equivocado letalmente con la llamada “paz total”. La torpeza con la que se ha manejado eso ha exacerbado la violencia en los territorios. Todas las semanas, una tras otra, masacres y asesinatos. Eso ha debido hacerse de otra manera. No puede ser que esa fuera la vía para buscar la paz.
Si Petro hubiera conseguido eso, contener por completo esas muertes en las veredas y los campos de Colombia, yo le daría varios premios Nobel. Pero no pudo. Y no parece que vaya a poder. Los llamados “grupos al margen de la ley” lo están timando. A todos nos están timando. Sus ceses al fuego son solo una estrategia para traficar drogas y asesinar y extorsionar y confinar y desplazar a sus anchas. Con un enemigo menos, un frente de guerra menos: el Estado. Es doloroso decirlo, pero esas mesas de diálogo no parece que vayan a producir nada. El presidente tiene buena intención, pero eso tiene cara de que va a terminar muy mal.
Y la tercera herida es la indolencia del político y del funcionario público, su deshonestidad, su venalidad. Muchos, miles, roban en cuanto pueden poner sus manos deformes sobre los dineros públicos. Propagan una forma de la desmoralización y la violencia que produce, por ejemplo, la muerte de decenas de niños en La Guajira de hambre, de sed, de enfermedades. Mienten, simulan y son muy dados a procrastinar. Son unas alimañas, en verdad.
Al lado de estas tres llagas, lo demás es chico pleito. Y aguanta mucha ideología y mucha superstición y mucha admonición de los tecnócratas o los apocalípticos. Si algún día sanáramos esas tres heridas, Colombia sacaría la cabeza otra vez y volvería a respirar.