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¿Pero cuándo ha sido neutra la literatura?
Esta gazmoñería del Gobierno, para justificar por qué no invitó a la Feria del Libro de Madrid a una buena parte de los mejores escritores del país, me hizo pensar en un poema del español Gabriel Celaya, que parece escrito hoy mismo, escrito para ellos, para el presidente, el embajador y los funcionarios de la Cancillería que organizaron el viaje y definieron con fruición vengativa la lista de los convidados. Teniendo como escogidos y predilectos a aquellos a quienes llamó así, “escritores neutrales”, es decir, aquellos que, según entiendo, no han descalificado a este Gobierno inepto e indolente.
De una vez advierto que no hablo por mí. No porque piense mal de los libros que he escrito, sino porque creo que de ninguna manera me hubieran invitado. “Yo no hubiera mojado”, como decía el gran Álvaro Castaño, ese hombre de radio y comunicaciones que sí entendió desde muy temprano para qué servía la cultura.
Como sea, decía Celaya en su poema, entre otras cosas, esto:
“Maldigo la poesía concebida como lujo / cultural por los neutrales / que, lavándose las manos, se desentienden / y evaden. / Maldigo la poesía de quien no toma / partido hasta mancharse”.
Hace falta ser muy corto de miras para pensar que una fiesta cultural, bella y vital como una feria del libro, en la que además eres el país invitado de honor, es la ocasión para dejar salir tu odio y tu sectarismo. Es doloroso. Es de personas poco relacionadas con lo ancho, lo expansivo, incluso lo cosmopolita del llamado mundo de la cultura.
Y hace falta también tener la “coscienza sporca” que dicen los italianos, la mala conciencia para pensar que una feria del libro representa un riesgo. De que de pronto sea aprovechada para que me saquen al sol mis trapos sucios y mis miserias. Y me manchen la “imagen internacional”. Qué provinciano todo eso.
Fíjense que con todo lo condenable que tienen los gringos a veces, una cosa que tienen y que es admirable es la capacidad de criticarse, a veces salvajemente. Jamás se callan, hay siempre una defensa a ultranza de la libre expresión. ¿Ustedes se imaginan una feria del libro en la que EE. UU. fuera el invitado de honor y no fueran convidados Paul Auster o Bob Dylan o Louise Glück, porque de repente podrían hablar mal del gobierno?
En fin, ¡qué papelón! Este Gobierno, además de soberbio, es ignorantón.
La literatura y la creación artística, las verdaderas, las de gran fuerza y belleza y capacidad de derrotar el tiempo y el olvido, siempre han estado del lado de la libertad.
¿Quién se acuerda de quiénes gobernaban la Grecia de hace 2.800 años y sus ciudades? ¡Nadie! Lo que recordamos es a Homero y sus versos.
¿Quién se acuerda de los funcionarios que tantas veces trataron de vincular a García Márquez con grupos “sediciosos”? ¡Nadie!
Lo que recordamos es la inmensa belleza de Cien años de soledad y el ejemplo de un hombre que nació en una caseta humilde en la costa Atlántica y merced a la magia de su literatura es no solo más importante que cualquier presidente, sino simplemente el colombiano más célebre y prominente de la historia del país.
Que, además, poco iba a ferias del libro.
