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Van y vienen los helicópteros. Los oímos todo el día. Van hasta el embalse y cargan el agua en las canastas y vuelan otra vez hasta los cerros. Y las llamas crepitan. El viento las lleva para todas partes y las propaga. El humo venenoso se expande por el cielo y ensucia las entretelas del aire. Las ramas, las hojas, el pasto, los animalitos, todo calcinado. La tierra por debajo está encendida y el fuego avanza bajo la capa vegetal como un mar, pero de carbón hirviente. Un magma de destrucción que avanza en silencio y de repente sale a la superficie y saca sus cabezas de hidra de la tierra destruida.
Parece que va a tomar décadas recuperar lo que se ha perdido. Y en muchos lugares del país ha sido lo mismo. En Vichada, en Boyacá, en Santander, en Antioquia… Sí, es como una maldición, como un grito de venganza que se alza con las flamas.
Colombia, que viene golpeada, adolorida con tanta muerte y tanta pobreza y tanta desgracia, está ardiendo en llamas. Como si nos cayera encima una maldición más. Cientos de personas de los organismos de socorro se arriesgan delante de la mancha amarilla de candela, delante del humo que les irrita los alveolos. Colombia, como puede, está tratando de apagar los incendios.
No sé si hemos podido precavernos mejor. De repente sí. No sé. Ante algo tan monumental como toda una montaña con sus bosques y sus vegas en llamas, no sé qué tanto se puede hacer. La prevención es trascendental, lo sé, pero en este instante quisiera pensar en los cientos o miles de personas que están tratando de apagar el fuego de estos días de enero. Son hombres y mujeres que valen un diamante. Muchos de ellos y de ellas, además, son voluntarios, son gente de buena levadura que está angustiada y quiso ayudar.
Y en medio de estos días de fuego, de estos días de enero inaugural y traicionero, llegó la declaración aquella del presidente de Argentina, en la que dijo que el presidente nuestro era un asesino. Y confieso que me cayó como una patada en el estómago. Me dolió mucho. Repruebo muchas cosas que Petro ha hecho mal, pero es el presidente de mi país. Me dolió mucho eso que dijo el presidente argentino y en la desmoralización en que estaba por los incendios, todavía más.
Y no creía que fuera posible sentirme más abatido cuando veo en la televisión a la senadora Paola Holguín, del Centro Democrático, cerrando filas con Milei, es decir, a gusto y en concordancia con Milei. Casi contenta con lo que había dicho el mandatario del pueblo argentino. Y pensé: pero esta mujer es colombiana, cómo no se indigna ante este ataque tan torvo y tan violento. Cómo puede ser que esta mujer sea tan sectaria, tan prisionera de sus odios y sus fobias.
Y mientras tanto los helicópteros yendo y viniendo...
Y entonces pensé que esa senadora, en estas circunstancias y en cierto sentido, era igualita a las personas que prenden fogatas y desatan incendios.
