No sé si les pagan o no, pero me cayó bien que vinieran.
El asunto de la realeza es un anacronismo, lo sé muy bien. Como está este mundo, con más de 2 mil millones de personas sin acceso a agua potable y la pobreza y la violencia lacerando a miles de comunidades y territorios a lo largo y ancho de la tierra, pues esta visita es una frivolidad, lo sé.
Entiendo que las monarquías y las familias reales representan parte de la historia de una nación, son un símbolo y pueden, incluso, ser una fuerza que cohesiona a la sociedad en un momento dado, en un momento social y político dado. No me aparto de eso. Pueden ser, en cierta medida, parte de la fisonomía de una nacionalidad.
Pero, sí, finalmente, se trata de unas gentes ricas y privilegiadas, otras más, frente a la miseria y la angustia de millones de seres humanos. Eso es así. Y, claro, una visita de los miembros de la familia real británica no va a solucionar ninguno de los problemas de nuestro país.
Pero vinieron, y no tenían que venir. Se han podido quedar allá, en sus apartamentos y sus mansiones y sus clubes. Y paseando por sus palacios y sus jardines bajo sus sombrillas primorosas. Vinieron y vieron escuelas y hospitales, y visitaron comunidades y familias y obras sociales, y vieron un poco de Colombia. Tal vez lo mejor de Colombia, si me preguntan, aquellos lugares donde más se lucha, donde los rasgos y los ademanes de lo humano son más hondos y desesperados, donde se busca con ansia, con sed, día a día, cómo construir un cielo y un territorio para la paz y la esperanza, que sea nuestro país y tenga un destino colectivo.
Entonces, que cuando regresen a sus casas digan qué vieron en Colombia. Digan cómo eran las manos y los ojos de los niños. Cómo el sol y el viento y las montañas y el mar en este país, nos llenan los pulmones de porvenir y nos cubren las pestañas de esporas. Que digan eso. Que en nosotros hay dulzura y al mismo tiempo una fuerza inagotable, y fraternidad y clemencia y valentía. Pueden decir todas esas cosas, cuando ya lleguen a sus casas en sus vidas confortables.
Y que se sepa un poco más de nosotros. Muy lejos, muy al margen de los políticos que van por el poder y los votos y los cargos públicos, o de los gremios que hacen negocios, o de los demagogos y los profesionales de la angustia, que dominan los medios de comunicación y las redes sociales. Lejos de eso. Solo lo que les quedó del contacto con la gente pura, sencilla, verdadera y luchadora de esta tierra.
No tienen por qué decir que los asesinos del ELN siguen ocasionando muertes en el Chocó. No tiene que decir que los criminales del Tren de Aragua, y del EMC, y de la Segunda Marquetalia, y del Clan del Golfo, y de las Autodefensas de la Sierra, siguen narcotraficando, secuestrando, extorsionando, confinando, desplazando, violando y masacrando. No tienen por qué decir eso, por qué hablar de eso.
Por esta vez, no.