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El fanatismo ideológico del presidente Petro alcanzará sus niveles más letales en estos meses que le quedan de gobierno. En el ejercicio de ese fanatismo, el hombre ya ni se cuida, ya es totalmente desfachatado, ya se sabe de salida y no tiene recatos ni frenos. Yo digo y hago lo que me dé la gana, parece ser su postura, y allá ustedes -es decir, nosotros, nosotras, la nación colombiana- ustedes verán cómo se las apañan y qué hacen cuando yo me haya ido. El todo es que yo me retire como una gran figura del “progresismo internacional”, que es mi destino.
En el sector de la salud, al que ha desfinanciado perversamente, seguirán cerrándose los servicios en los hospitales y clínicas, y más gente morirá desprotegida. Esos muertos son hijos de la deformación ideológica de Petro, de su chambonería para administrar el Estado y de su sectarismo. A millones de personas afiliadas a las EPS ya no las reciben ni siquiera en los centros de salud. En la medida en que las enfermedades avancen y se agraven, vendrán más y más muertos. E, insisto, esas muertes son responsabilidad del actual Gobierno.
Son responsabilidad del actual Gobierno, también, los centenares de muertes de líderes sociales y comunitarios que han ocurrido durante estos más de tres años, gracias a la chambonería y la demagogia ideológica del presidente Petro. Su política de Estado en esta materia, permitió la expansión y el fortalecimiento de las bandas de asesinos y criminales por casi todo el territorio nacional. Su responsabilidad central era la implementación del Acuerdo de Paz, que llevaría inversión, justicia y desarrollo a las regiones. No lo hizo, todo se le fue en actos erráticos, en peleas y en una incapacidad ingénita de conformar equipos de trabajo y de ejecutar programas y estrategias concretos.
Da pánico lo que vaya a hacer el presidente Petro en los meses que le quedan, pues sabiéndose en el ocaso estéril de su mandato, va a reforzar y a extremar su demagogia de la “Paz Total”. Y las consecuencias -de nuevo, en términos de vidas perdidas, de confinamientos, de desplazamientos, y de toda clase de violencia-, son incalculables, son impredecibles. Se siente uno, honestamente, como si estuviera en manos de un orate, de un hombre ya sin ninguna sensatez, sometido por sus pasiones ideológicas y su mala leche y su sectarismo. Y cualquier cosa puede pasar en estos diez meses, dadas estas circunstancias.
Y, por último, va a ser muy penosa la campaña electoral. El presidente Petro seguirá inquietando a la nación con lo de la constituyente, o con lo de la consulta popular, o con cualquier medio de aterrorizar a la sociedad con el engendro de que él no va a entregar el poder y se va a perpetuar. Como cualquier tiranuelo latinoamericano, como cualquier Maduro o cualquier Ortega. O, en el mejor de los casos, traerá zozobra y confusión con sus marrullas y artimañas, para que el lamentable Daniel Quintero lo suceda.
