Supe de Paloma Valencia hace unos 10 años. Ella había vivido un tiempo en Europa o en EE. UU., según creo, y traía entre pecho y espalda un libro de relatos. El libro se publicó aquí y por esa época lo leí. Era sumamente bueno. Escrito en un leguaje eficaz, móvil, intenso, revelaba la visión de una escritora con una aguda y poco corriente sensibilidad.
Lo que pensé que era el comienzo de una fértil carrera literaria se truncó, pues ella se fue por la política, como lo sabemos todos. Para mi sorpresa, se vinculó al “uribismo”. No lo hubiera imaginado. Creo que la política no sólo la malogró como escritora, sino que la contaminó como ser humano.
Hace unos días fue entrevistada por Noticias Caracol y dijo tres cosas que me dejaron estupefacto. Palabras más palabras menos, afirmó:
Que en realidad ser presidenta —ella es precandidata, de momento— no le quitaba el sueño. Si se daba, bien, pero si no, no importaría. ¿Cómo así? ¿Cómo va a votar una persona por una candidata a la que le da lo mismo ser o no ser presidenta de su país? ¿No se trata en estos casos de una especie de destino histórico? ¿No estoy en disposición de dejar todo, todo lo que tengo, todas mis comodidades, por conseguir la Presidencia para mi partido?
Que el Acuerdo de Paz era desequilibrado con el paramilitarismo. Que se ha debido dar al paramilitarismo las mismas garantías que a la guerrilla. Insisto en que no es una cita literal, es lo que yo entiendo de lo que ella dijo. En todo caso, por equívoca que hubiera sido la frase, yo pensaba en las múltiples condenas y procesos judiciales por paramilitarismo que pesan sobre varios miembros de su partido. Y pensaba: no, no es verdad lo que estoy oyendo, no puede ser, es como si la entrevistada estuviera defendiendo a los paramilitares.
Y la tercera no es menos sorprendente. Dijo Paloma Valencia, palabras más palabras menos, que el “uribismo” era un especie de bendición para Colombia, que es lo mejor que nos ha podido pasar como nación. Bueno, digamos que está en su derecho de pensarlo, aunque hay millones de personas en este país que piensan exactamente lo contrario. Pero dijo más, dijo que ella sentía el “uribismo” como una especie de luz interior, de certeza casi divina, y que eso le daba la seguridad de que siempre iban a tener la razón y a prevalecer. Como si fueran los elegidos y los demás fuéramos unos bárbaros o unos imbéciles. Yo me imagino que si el adalid de un partido me lleva a mí, un principiante en la política, al Congreso de la República, yo estaría inmensamente agradecido, pero no sé si hasta la superstición.
En fin. Pienso en la certeza que tuve entonces, hace 10 años, de estar frente a una escritora sensible y notablemente talentosa. ¿Qué paso?
Como dije antes, creo que la política, cierta forma mezquina y anacrónica de la política, la contaminó. Hoy tendríamos a una espléndida autora.