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¿Si está el país para perderles tiempo y energía a la senadora Cabal y a Aída Merlano?
La señora Cabal es agresiva y lenguaraz, y ha decidido insultar al presidente de la República, su copartidario, ahora que va de salida. Antes no lo hizo, no con esa virulencia. Ahora eso le da réditos políticos y votos de cara a las elecciones parlamentarias que se avecinan. O eso pensará ella, dado que no la pusieron al principio del tarjetón. Puede estar en peligro de no ser reelegida. Hay que moverse.
Dice ella que el presidente no ha protegido el legado del expresidente Uribe, que fue quien hizo posible que llegara a la Casa de Nariño. ¿Qué legado es ese? Eso es cuanto menos discutible. Pero más que eso, lo que sorprende es que, como sucede con no pocos de los miembros de ese partido político, parece que estuviera hablando de un dogma y de una deidad. Ahí no hay ya una discusión política o un análisis de nada, todo es fanatismo, sectarismo y superstición.
En fin. También señala a Duque como un aparecido, como alguien que no había hecho méritos para ser presidente del país. ¿Y luego ella no es lo mismo? ¿Cuáles eran los méritos que ella había hecho para ser senadora? Ninguno. Simplemente llegó Uribe y la escogió a dedo. Tal vez, por eso mismo que digo, porque es una persona lenguaraz. Por ser fanática suya, una especie de adoratriz. Por nada más. Como se sabe, hay varias figuras de ese tipo en ese partido.
La señora Merlano, por su parte, está huyendo de la justicia por hacer trampas y marrullas electorales. Más que contribuir al esclarecimiento de un asunto turbio en los procesos electorales del departamento del Atlántico -asunto que hace décadas han debido enfrentar las autoridades-, lo que parece estar haciendo es tomándose una revancha, una venganza personal. Se está desquitando de la familia que antaño la promovió y la respaldo en su carrera política. También surgida de la nada, hay que decirlo, pues no es que ella sea un portento en la comprensión de las realidades nacionales.
Además está el asunto sexual, que siempre complica y enardece todo, pues entiendo que fue amante del precandidato presidencial al que ahora, en su vindicta, quiere perjudicar, quiere herir a toda costa. Y ya tuvo que salir la esposa traicionada a decir que todo estaba perdonado, que todo estaba olvidado. De otra forma, y eso lo debieron advertir los asesores políticos, se hubiera averiado un poco la carrera presidencial de su esposo.
Pero, ¿y las cinco chiquitas que se ahogaron en Magangué? ¿Y la negligencia del Estado al no proteger a las familias que están viviendo en las riveras del río Otún? ¿Y las bombas y los atentados? ¿Y los asesinatos de líderes sociales, campesinos e indígenas? ¿Y los millones de colombianos que no pueden comer las tres comidas diarias? ¿Y la violación consuetudinaria de mujeres y niñas? ¿Y la corrupción de un Gobierno que distribuye puestos, favores políticos y contratos, sin el menor pudor?
Yo creo que debemos dedicarnos a eso. No a estas señoras predecibles y en mi concepto, poco claras.
