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Nada duele más que la muerte de niños por hambre y desnutrición. Y no duelen menos los líderes comunitarios asesinados. Y los indígenas y los desmovilizados muertos violentamente.
Todas esas muertes nos oscurecen, nos degradan como sociedad.
Yo pensé que con Petro eso iba a cambiar. Y no cambió. De ninguna manera. Casi no hay día en que no haya muertes. Ve uno el noticiero y sabe de esas muertes, consuetudinariamente, y queda sintiéndose mal, humillado, avergonzado de ser colombiano.
Con Petro nada cambió. Nada ha cambiado. Antes que andar dando lecciones de transición energética por el mundo, antes que andar haciendo lobby por el mundo para ayudar a Venezuela, antes que andar pidiéndole a la ONU que averigüe que pasó con Santrich (¡Santrich!), antes que andar, en fin, tratando de convertirse en una figura continental, lo que debería hacer es asegurarse de adelantar las acciones de gobierno, los actos concretos para que ningún chiquito más se muera de hambre y ningún líder o excombatiente más sea asesinado.
Yo pensé que Petro iba a ser distinto. Que su gobierno iba a ser un regreso al humanitarismo más elemental, el de proteger, salvaguardar, privilegiar la vida. Pero no es así, no ha sido así. Y como van las cosas, como se ven en este momento, no parece que eso vaya a cambiar. Al presidente Petro parece írsele toda la energía en hablar. En hacer silogismos. No actúa.
Yo les aseguro que, si actuara solo en ese frente, si produjera resultados, si pacificara a Colombia, les callaba la boca a todos. Es que imagínense que no volvieran a suceder esas muertes, imagínense ese alivio, esa esperanza. Eso sí lo dibujaría como una figura de la historia nacional.
Este Gustavo Petro de hoy es un político común y corriente: no ha hecho nada no solo importante, sino verdaderamente distinto a Iván Duque. Petro y Duque son igualitos en términos de la mortandad y la violencia que han desatado y permitido en sus gobiernos.
Yo lo que pido es que se preserve la vida, como lo pediría cualquiera con dos dedos de corazón. Sé que gobierno tras gobierno los políticos seguirán mintiendo y enredando y robando. Solo quisiera ver uno, uno, que detenga esta violencia tan horrible.
Qué panorama tan triste y doloroso. Yo, que no soy para nada una persona dogmática o matriculada con lineamientos ideológicos, me pongo la mano en el pecho y en la boca y digo: ¡La vida! ¡La vida! ¡La vida!
A mí no me importa de qué partido sea el que por fin contenga la muerte, el que la destierre de nuestro país. Como millones de colombianos y colombianas solo quiero la civilidad y la convivencia. Pero si Petro continúa errando el camino y equivocándose tan gravemente, tal vez no haya ya un camino de regreso. A partir de ahora, que por lo menos cuide lo que dice. Es que cada cosa dicha a destiempo o con torpeza produce más muertos.
Robándome las palabras de Gil de Biedma, diría hoy: de todas las historias de la historia, la más triste sin duda es colombiana.
