Veintisiete policías y militares han sido asesinados en unas pocas semanas por las bandas criminales que controlan varias regiones del país. En esas regiones no hay Estado. El hampa y los asesinos gobiernan. Dice la prensa que ni en épocas de Pablo Escobar estaban las fuerzas de orden tan expuestas y los uniformados en un riesgo tan grande caer asesinados.
Mientras tanto el presidente se hace otra cirugía plástica y los ministros del gabinete se denuncian y se demandan unos a otros. “Un puto circo”, como dicen en la calle. El Estado es chambón, Petro y su Gobierno son chambones, las propias fuerzas del orden son chambonas. Estamos gobernados por mediocres. Y el resultado es que la gente, la población civil vive asustada, amenazada, desplazada, confinada, secuestrada y extorsionada.
Y los hombres y mujeres que llevan un uniforme se juegan la vida cada minuto que están de servicio, en la calle, en la vereda, en el pueblo, en el corregimiento. O que están con sus familias. O que van en un bus. O que salen a comprar algo a la tienda. O que están tratando de descansar. Los asesinos conocen sus movimientos y los esperan y los asesinan a sangre fría. Nadie los protege realmente, la Policía Nacional y Ejército Nacional son chambones. No tienen la inteligencia ni el mecanismo elemental de estrategia para proteger a los muchachos que encargan de “custodiar el orden público”.
Y sus superiores, los oficiales de alto rango, son indolentes. Es como si ya estuvieran acostumbrados a que los soldados y policías murieran. A que un número de soldados y policías mueren al año. Es lo normal en Colombia, hace muchos años. Para los generales y coroneles es lo normal. Y para el Estado y todas sus dependencias también, para el presidente, para los ministros, para las figuras que ocupan con tanto brillo los altos cargos del aparato burocrático. Y como los que mueren son casi siempre muchachos y muchachas humildes, pobres, del campo, pues no es tan grave. Mientras tanto podemos seguir gobernando aquí tranquilos, hablando basura, haciendo anuncios, pergeñando grandes políticas de Estado que jamás se van a realizar, y eso sí, atacando feroz, canallescamente a nuestros enemigos políticos y preparando con fruición la próxima campaña electoral, que ya está a la vuelta de la esquina y promete ser suculenta.
Uno quisiera ponerse a dar alaridos viendo esto. Viendo el dolor de las madres, de los padres, de las viudas, a los huérfanos, de las familias destrozadas de los policías y soldados que caen asesinados en este país de mierda. Y en todas esas familias, sin excepción, uno oye a los familiares decir los mismo: es que mi niño, mi niña, solo quería servir a la patria, quería ayudar a todos, quería mucho a Colombia y quería verla bien y en paz.
Y ya casi salía de permiso. Tenía unos días de vacaciones, lo estábamos esperando. Alcanzó a llamar a decir que ya se oían las balas. Y que tenía mucho miedo. Que rezáramos.