“Ellos, los vencedores/ Caínes sempiternos…”, decía Luís Cernuda.
Yo les veo la cara por la televisión y no logro entender nada, esclarecer nada. Tiene su vestido de paño y su corbata. Y la cara dura. Son el presidente del gobierno, el canciller y el portavoz del Kremlin. Bien trajeados siempre, bien afeitados.
Están invadiendo un país, destruyéndolo, matando a la gente en las calles y en los edificios residenciales y en los parques y en los hospitales y en los teatros y en las guarderías, y siguen tranquilos. La cara dura, no se les escapa un gesto, no reflejan la menor emoción. Además, están llevando a la muerte a miles de jóvenes soldados, que tenían madres y hermanos y el chance de una vida buena. Pero no, deben morir porque ellos lo decidieron. Y siguen serios, en sus oficinas, en sus carros oficiales, en su fingimiento estremecedor, en su vesania.
Son unos criminales de guerra, eso es lo que son. O en todo caso, son unos políticos que promueven y legitiman crímenes de guerra, a manos del ejército de su país, el ejército ruso. O en todo caso, son unos Caínes. Envían soldados a otro país a matar. Tal como si mataran con sus propias manos. Tal como mató Caín en el texto bíblico, que, debido a la poesía, se convirtió en símbolo de lo peor de los seres humanos. De la peor levadura humana.
Niegan, mienten, simulan.
Es que Ucrania era una amenaza para nosotros y las comunidades rusas del Dombás. No solo por su armamento sino por su ambición de pertenecer a la Comunidad Europea y a la OTAN. Y por eso la vamos a destruir. Por eso la estamos destruyendo. Y venceremos. Somos los Caínes de siempre, los que matan, los que exterminan. Somos los Caínes que la humanidad engendra y procrea hace siglos. Somos los Caínes sempiternos.
El presidente Zelensky ha debido prevenir esto. Ha debido evitarlo. Ha debido evitar la destrucción de su país, la muerte de miles de sus conciudadanos y la huída hacia otros países de millones de mujeres con sus hijos a cuestas. Y no lo hizo. Es el agredido, lo sé, su pueblo lo es, pero él no ha debido mandar a su nación a la guerra. Eso fue insensato. Era cosa de hacer política y diplomacia. Esa era su obligación. Aquí no hay heroísmo, aquí hay solo demencia.
Todo es un asco.
Y los gringos y los europeos cerrando las cuentas bancarias de los rusos, congelándoles los activos financieros, tratando de aterrorizarlos al no comprarles el gas y el petróleo que no pueden dejar de comprar, y sobre todo, librando una guerra sucia en cuerpo ajeno, en país ajeno. Lejos de sus metrópolis y de su “civilización”. Por allá en el Asia.
Dan declaraciones y discursos, todo el santo día. Mandan equipo militar para que los ucranianos enfrenten al ejército ruso. Le meten gasolina a una guerra que se prolonga inconcebiblemente. Y en la que ellos no hacen los sacrificios. Ni en vidas humanas ni en angustia ni en desesperanza.
Todo es un asco. ¿Cuándo terminará?
“Un día, tú ya libre/ de la mentira de ellos,/ me buscarás. Entonces/ ¿qué ha de decir un muerto?”.