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El padre de Roux estuvo en la ONU.
Presentó el informe de la Comisión de la Verdad. Cuatro años de trabajo. Más de veinte mil víctimas acogidas y escuchadas. Todos los horrores de las Farc, del Ejército Nacional, de los paramilitares, de agentes del Estado, de empresarios y políticos, de sicarios y asesinos de todas las cataduras… Más de 50 años de un infierno que parece que no termina nunca.
¿Qué pensarán por allá?
Para encontrar algo comparable con eso en estos tiempos ―con los “falsos positivos”, los secuestros, las desapariciones, los asesinatos, las violaciones― hay que ir a abismos de la humanidad como el Holocausto judío. No se me ocurre nada de tal barbarie y violencia.
Sin embargo, hay formas de nuestra maldad que parecen tener un sello, un carácter netamente colombiano. Que batallones enteros del Ejército Nacional se especializaran en asesinar muchachos para después, ya muertos, vestirlos de guerrilleros, ponerles un arma en las manos y simular un combate, no creo que se la haya ocurrido a nadie en este planeta. Que los mandos militares alentaran y recompensaran eso, y que además los propios batallones, a lo largo y ancho del país, compitieran por cuál asesinaba más, como en un concurso con premios, recompensas y galardones.
Que un grupo insurgente terminara traficando con drogas y usara como herramienta de guerra el secuestro de civiles y soldados, para amarrarlos a un horcón y matarlos de humillación y tristeza, creo que no había sucedido nunca en la historia reciente de la humanidad. Sólo en Colombia. Por lo menos durante tantos años.
Que miles de muchachas, de adolescentes, fueran engañadas para que dejaran sus casas campesinas, o fueran arrancadas de sus familias a la brava, y en cualquiera de los ejércitos de esta guerra sucia fueran forzadas a acostarse con los mandos, con uno, con muchos, durante años, como esclavas sexuales, y si resultaban embarazadas fueran forzadas a hacerse un legrado, no creo que haya sucedido en la historia de la humanidad. Lustros y décadas hasta sumar más de 50 años de alaridos y lágrimas. De pequeños huesos y restos humanos y placentas enterrados en la selva. O tirados a los ríos.
¿Qué pensarán? Esos suecos, esos daneses, esos finlandeses, esos franceses tan civilizados, esos italianos tan refinados, esos españoles tan altivos…
Pues que somos una nación de salvajes, de asesinos, que no tiene redención, eso pensarán. Y sentirán ganas de vomitar. Y de llorar por nosotros. Me imagino.
Pero sí tenemos redención.
Somos la nación que cometió esos crímenes y degradaciones, pero somos también la nación que fue capaz de congregarse y producir el informe de la Comisión de la Verdad. Y el sistema de justicia transicional, la JEP. Somos esa nación, sí. La que, en medio de las llagas y las laceraciones, pudo contar la verdad, decir qué pasó y pensar que es posible una nueva era y un porvenir para Colombia.
También somos eso. También somos el padre de Roux. Y sus manos bondadosas.
