Don Tomás Rueda Vargas dijo aquello de tan claro discernimiento, de tan aguda sensibilidad y comprensión de nuestra historia: Bolívar es la Libertad; Santander, la República, ¡pero Nariño es la Patria!
Sí. A pesar del magnetismo, de la enorme seducción que ejerce la personalidad de Bolívar, para mí la figura más emocionante de nuestra emancipación y posterior esfuerzo de construcción de una nación es Antonio Nariño. Él era Colombia. Bueno, el embrión de Colombia, a medida que iba naciendo nuestra civilidad.
Y ahora, gracias a mi cercanía con la Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá (SMOB), me he puesto a leer sobre la historia de Bogotá. Para conocer un poco más a la ciudad, para tratar de quererla un poco más. Y descubrí esa frase que me ha llenado de emoción. Que don Tomás haya dicho eso, con su autoridad humana y su sabiduría...
Pienso también en quienes pusieron su vida al tablero por la lucha de Independencia. Muchos de sus nombres están en el monumento en la plaza de Los Mártires. Sí, pienso en ellos y en ellas. Y pienso, con los ojos anegados, en La Pola, cuando al pie del cadalso en la plaza Mayor –hoy nuestra plaza de Bolívar–, dijo, mirando al gentío, aquello de miserable pueblo, yo os compadezco, algún día tendréis más dignidad…
Y pienso con dolor en que inmediatamente después de la declaración de Independencia, mejor dicho, al otro día prácticamente, ya empezó la terrible confrontación entre nosotros mismos. En ese momento, entre los más esclarecidos, los que formaron el Cabildo Abierto, esa prodigiosa conquista de la civilidad. Eran los más ilustrados, los que tenían el germen de la emancipación en su torrente sanguíneo.
Unos eran centralistas y otros eran federalistas, como los han denominado, pero todos eran hermanos de la misma tierra. Y desataron la violencia de las guerras civiles interminables a lo largo de las décadas tristes de nuestro siglo XIX. Los más de los muertos, lo sabemos también, eran campesinos y gentes humildes. Muchas veces, de uno y otro bando, murieron completamente borrachos de chicha. Sin saber cabalmente por qué luchaban, sin defender verdaderamente un ideario.
Qué cantidad de dolor. Las hebras que tejen nuestra historia son filamentos de lágrimas y de sangre. Ambas corrieron para concebir y crear la patria, sí, esa, la de verdad, la de los mártires de nuestra Independencia.
Ojalá un escritor como William Ospina, que posee un instrumento lingüístico cromático y poderoso, hiciera la gran novela de cómo nacieron nuestra civilidad y nuestra patria. Y ojalá un ojo certero y descarnado como el de Víctor Gaviria, la llevara al cine.
La carga de Baraya sobre Santafé y la valiente defensa de Nariño al frente de unos pocos hombres, en las bocacalles, en los templos, al lado de su mujer y sus hijas. Las terribles ejecuciones ordenadas por Morillo en la huerta de Jaime. La entrada triunfal de Bolívar, después del ciclo de Boyacá…
Cuántas escenas se podrían recrear y devolvernos un poco del amor patrio perdido.