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Pues claro que el atropellado arresto de Nicolás Petro, hijo del presidente de la república, tiene motivaciones políticas. Y no solo políticas, ideológicas. Es un ataque al Gobierno y a su proyecto político, a sus reformas y propuestas sustentadas en una visión del país. Visión que, obviamente, está orientada por una concepción ideológica.
Claro que sí.
El arresto de un miembro de la familia presidencial, adelantado por la Fiscalía, es, entre otras cosas, un ataque deliberado de un sector reaccionario de la sociedad colombiana. Un componente muy grande de los partidos políticos, del empresariado, de los entes de control, del Congreso, de los medios de comunicación, de la opinión, en fin, del llamado establecimiento, que literalmente está “reaccionando” contra el presidente Petro y su programa de gobierno. Y muchos reaccionan visceralmente, más con miedo y odio que como resultado de un análisis detenido de las transformaciones que él propone.
Es como si esa fuera la dinámica ineludible de nuestra sociedad, ante los procesos históricos y sociales que tiene que enfrentar. Naturalmente, no todas las propuestas del nuevo gobierno son buenas o idóneas en su integridad, ni todos los argumentos de la oposición son tendenciosos o deleznables. No. Pero ante la necesidad de hacer cambios trascendentales para mitigar la injusticia, la violencia y la pobreza, como es el caso de Colombia, ha emergido nuevamente el pensamiento reaccionario. Y cada uno hace la defensa de sus ideales y sus intereses particulares, tratando siempre de que coincidan. Y esa es su ideología.
En este caso, debe decirse además, hay razones para pensar que el proceder de Nicolás Petro y algunos de sus allegados es delictuoso. De eso no hay duda. Por eso debe ser juzgado por las autoridades.
Me gustó mucho la manera como se refirió Francia Márquez a la reacción del presidente Petro ante este hecho. Dijo que estaba comprometido con el respeto por la rama Judicial y que no iba a valerse de su posición de poder para interferir en sus decisiones. También dijo el presidente, en un tono más personal, que le dolía que su hijo tuviera que enfrentar la posibilidad de ir a la cárcel por sus actos.
Qué distinto de Álvaro Uribe, que espiaba a la Corte Suprema para interferir en sus providencias y para quien él mismo y todos sus colaboradores, amigos y familiares eran las personas más honorables del planeta. Y ya sabemos cómo terminaron y pueden terminar algunos de ellos.
Yo creo que el presidente, debido a sus desaciertos, está en peligro de echar por el despeñadero la posibilidad histórica de hacer el gobierno justo y decente que tanto necesita Colombia. Pero aún sin ser petrista ni haber votado por él, me doy cuenta de la salvaje persecución de que sus propuestas y actos de gobierno son objeto. ¡No lo van a dejar gobernar!
Empezando por el fiscal y la procuradora, enceguecidos por sus fobias ideológicas.
