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Hay días en los que todo se ve mal.
Lo invade a uno, poco a poco, un “humor de desastre”, como decía García Márquez en La mala hora.
Yo no voté por Petro, ya lo he dicho, pero estoy haciéndole fuerza para que le vaya bien y logre transformar la horrible situación colombiana. Me han despertado un gran interés algunas cosas que dice, me han parecido sensatas. Y he tratado de liberarme del sectarismo, de las prevenciones automáticas que con tanta frecuencia nos ciegan.
Me ha parecido de gran valor comprobar que es posible ver reflejada en la realidad, aquella frase de cajón: “es un líder del pueblo”. Porque Petro lo es. Es admirable ver que lo es, entre los indígenas, los campesinos, los afrodescendientes, los obreros, los estudiantes, los maestros, los líderes sociales y sindicales, entre gente formada en la sociología o la antropología o la historia, en amplios sectores del periodismo, en fin… Y lo afirman también observadores en las ONG y los organismos internacionales.
Ven con buenos ojos lo que Petro puede lograr. Muchos hablan, incluso, de una oportunidad histórica para Colombia.
Pero en días como estos, me gana el desaliento. No veo que las cosas vayan bien. No veo que el manejo de las negociaciones de paz vaya bien, por el contrario, se ha incrementado la violencia en las regiones. No veo que la reforma a la salud vaya bien, por el contrario, analistas están alarmados con que el ADRES -un organismo del Estado expuesto en carne viva a la corrupción y a la inoperancia-, maneje toda la plata. No veo que la transición energética vaya bien, por el contrario, si nos quedamos sin petróleo y gas súbitamente, la pobreza y la miseria se incrementarán todavía más. No veo que la reforma pensional vaya bien, por el contrario, parece imposible con lo que plantean, proteger a miles de ancianos sin pensión, y es inquietante que el ahorro en los fondos privados se malgaste. No veo que la reforma agraria se pueda hacer comprando tres millones de hectáreas con una plata que no existe, ni para adquirirlas ni para ponerlas a producir.
En fin, estos, algunos de los programas a los que el nuevo gobierno les ha puesto más energía…
Y veo mal su gestión, su difusión, su análisis. Hoy en día, no parecen posibles, ni remotamente. Es aún temprano, pero no parece, en este instante, que las transformaciones que pretenden el presidente y su equipo de ministros vayan a lograrse. Está todo tan descontrolado, tan desarticulado, tan difuso, tan desleído entre palabras y declaraciones aventuradas, que no parece que vayan a llegar a buen puerto.
Estoy muy pesimista. El gobierno no parece gestionar bien los asuntos de la vida nacional. Es temprano, pero parece confuso y errático. Es como si todo se le fuera en verbo y declaraciones de intenciones. Yo le hago fuerza a Petro, pero en días como estos, se ha oscurecido todo. Y lo que digo, me gana un “humor de desastre”.
Porque si a Petro le va mal, eso es lo que va a pasar, lo que nos va a pasar a todos, que el país va a quedar desastrado. Más que eso: destrozado.
