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Decenas de muchachos y muchachas han perdido un ojo en los últimos meses. La policía los atacó durante las recientes protestas sociales. De aquí en adelante, toda su vida, estarán cargados de amargura y tal vez de rabia, con solo verse en el espejo.
Según las cifras de la ONU, en esas mismas protestas la policía es responsable del asesinato de 28 jóvenes, y violó a más de una decena de muchachas. Las cifras podrían ser más altas. Estos son sólo los casos documentados. Varios policías, igualmente durante esas jornadas, fueron atacados con bombas molotov y otros fueron asesinados.
Estas protestas las propició el propio gobierno.
Los noticieros de esta semana muestran el cuerpo desmembrado de un joven al que le explotó en el pecho una bomba en Cúcuta. Dos intendentes murieron tratando de desactivar otra bomba cerca del aeropuerto ese mismo día. Todas las semanas mueren en las veredas, en los campos, en las calles, indígenas, líderes y lideresas sociales, combatientes en proceso de reincorporación.
Este gobierno es incapaz de detener la violencia. Más bien la propaga. No haber implementado cabalmente el Acuerdo de Paz ha producido mayor violencia en Colombia.
Además, cuando el gobierno se ufana de haber matado a un cabecilla criminal, lo que produce es más violencia. No para los dignatarios del gobierno, no, para la gente. Muerte y muerte mientras ellos se envanecen y se pavonean con los “magníficos golpes que le han asestado a la delincuencia”. El mismo presidente Duque le gritaba en estos días por televisión a Iván Márquez que se tuviera fino, que ya iba por él, que pronto lo iba matar. O palabras parecidas.
Eso no puede ser. El presidente de un país no puede salir por la televisión amenazando con que va a matar a una persona. Por vil que sea esa persona, por criminal que sea. Hay que guardar cierta mesura, cierta ponderación, cierta serenidad. Todo eso genera más violencia. Esas son payasadas de matón aprendidas de tipos como Donald Trump, y de algunos caudillos colombianos que todos conocemos bien.
Un presidente, y las figuras de un gobierno, tienen que ser ponderadas, serenas. Sus palabras y ademanes pueden producir más violencia.
Un ministro de defensa no puede ordenar el bombardeo de un campamento guerrillero sabiendo que en él hay niños. Eso no puede ser. No ha debido actuar así sólo por mostrar victorias militares. Y no puede salir por televisión diciendo que la culpa es de los guerrilleros que los reclutaron. Eso genera mucha rabia, mucha violencia. Probablemente durante generaciones y generaciones.
Lo repito: este gobierno no solo no puede contener la violencia, sino que la propaga.
Ahora vienen las elecciones. Busquemos la serenidad y las virtudes que se derivan de ella: la clemencia, la solidaridad, la justicia, la búsqueda de un destino colectivo asido a la esperanza de la paz. No a la exaltación de la guerra. Huyamos de los altisonantes, de los que gritan que van a matar a los demás. Desconfiemos de ellos.
“Líbrame del poder del perro”, dice un salmo de la Biblia.
