Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
La razón por la que nunca he votado por Gustavo Petro tiene que ver con un prejuicio político. He desconfiado de él sin saber bien por qué, sin tener claro por qué.
Lo he juzgado como una persona de oscuros sentimientos a veces, en extremo ideologizada, sectaria políticamente. Como ciertos cuadros políticos de la antigua izquierda colombiana, que siempre me han espantado, matriculados en el comunismo y el socialismo internacionales, dogmáticos, ciegos, falazmente dialécticos. En fin, un prejuicio...
Después de pertenecer a la guerrilla y de reincorporarse a la vida civil, todos lo sabemos, después de veinte años en el Senado, después de ser alcalde mayor de Bogotá, después de tres intentos de llegar a la presidencia por la vía constitucional, Petro logró convertirse, a través de un movimiento social y popular, en el presidente de la nación.
Cuando eso sucedió, yo tuve dos cosas claras. La primera, que era enteramente posible que se tratara, de verdad, de un movimiento político popular. Es decir, que hubieran visto en él una posibilidad histórica de conseguir justicia humana, social y material cientos de miles de personas que han estado secularmente jodidas, marginadas y golpeadas en este país. Y eso me admiró y me dispuso a mirar la presidencia del Petro por lo menos con respeto, con cautela. Porque tenía ese origen “puro”, digamos, el que nace del pueblo, de la gente, de sus afugias y necesidades.
La segunda, que tenía que quitarme la cobija gruesa que me ahogaba, la de mis prejuicios. Que tenía que entender que Colombia estaba cambiando y abrirme a otras formas de concebir el decurso del país. Que tenía que luchar contra el reaccionario que había en mí, cuando se trataba de juzgar a Gustavo Petro.
Y en eso he estado este año y medio que lleva su gobierno.
Y para mi gran sorpresa, he defendido algunas de sus posturas y visiones generales desde esta columna, aun con mayor frecuencia de lo que hubiera imaginado, hasta el punto de que algunas personas me han señalado de petrista o, dicho con más agresividad, de mamerto. Además, porque esas posturas y visiones son atacadas por antagonistas de Petro de los que desconfío y a los que repruebo hondamente. Es decir, en ocasiones, me basta ver los ataques de ciertos enemigos viscerales de Petro para encontrar razones para defenderlo, conociendo muy bien los actos despreciables que esos enemigos suyos han cometido para prosperar en la política nacional durante años.
Aun así, en el día a día, Colombia no va bien bajo la presidencia de Gustavo Petro. Casi no hay un solo frente que dé tranquilidad. El sector energético, el de salud, el empleo, la industria, la seguridad, la protección de la niñez, la lucha contra todas las violencias…
¿Qué pensar? ¿Será que había en la fobia instintiva por Petro algo de razón? ¿Será, como dicen muchos, que Colombia va a quedar hecha flecos después de Petro?
Sería desmoralizante y doloroso.
