El 19 de junio votaré en blanco.
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Por las razones que se vota en blanco, no hay más que decir. Mi candidato era Fajardo y no dio un brinco. En un sentido más general, y aún ates de la figura de Fajardo, mi idea de lo que le convenía a este país bañado en lágrimas era que lo gobernara un tipo como Humberto de la Calle, pero en estas elecciones ni siquiera hubo esa posibilidad. De una cosa estoy seguro, sin embargo, de la Calle o Fajardo hubieran congregado a los y las colombianas, hubieran sanado muchas heridas y hubieran traído paz. Pero eso ya no fue…
Me da algo de esperanza que no siga gobernando el uribismo. Yo jamás le perdonaré a Uribe que bajo su gobierno hayan sido asesinados miles de jóvenes que después fueron disfrazados de “guerrilleros muertos en combate”. Jamás le perdonaré que haya orquestado una reforma constitucional en su propio beneficio y que él o sus “sacamicas” hayan sobornado congresistas para conseguir la reelección. Jamás le perdonaré sus ataques a la Corte Suprema, al orden institucional en general, y la saña con que persiguió a sus contradictores. Como cualquier tirano.
Por eso tengo algo de esperanza. Es imposible que las cosas sean peores a lo que queda como saldo del este gobierno que termina, el gobierno “del que dijo Uribe”. La pobreza, la violencia y la corrupción en grado sumo. Yo creo que ya es imposible caer más, ya tocamos fondo.
He pensado siempre que a pesar de lo degradada que está la palabra ideología ―”donde falla la práctica surge la ideología”―, se necesita de una visión coherente y estructurada del Estado y de su relación con la ciudadanía, para gobernar con justicia y equilibrio. Se necesita una “visión política”, mejor dicho. Una persona como Petro, que ha sido político toda su vida, tiene esa visión, por lo menos en el papel, tal vez es posible que si gana, gobierne con sindéresis, con humanidad, con cierto sentido de grandeza histórica. Tal vez es posible que haya madurado, que se haya serenado, que haya adquirido ponderación y claridad intelectual y moral. Tal vez…
Pero es posible que lo que es promisorio en una persona como Hernández, el antagonista de Petro, sea justamente que no es un político de carrera, que no tiene, a priori, ninguna ideología. Que su sentido práctico de hombre de empresa sea un vehículo efectivo para lograr las transformaciones que necesita la sociedad colombiana. No hay en él elaboraciones intelectuales y políticas. Tiene un sentido, dijéramos, elemental de la realidad y de cómo enfrentarla, que no por simple o incluso precario conceptualmente, es equivocado.
No lo sé…, estoy optimista, como digo. No exultante, pero sí optimista.
Me parece una conquista inmensa de la sociedad colombiana que por fin, después de tantos años, hayamos pasado la página del uribismo. De su forma vociferante, agresiva y en muchas ocasiones falaz, de proceder. Pareciera que ahora hay otras voces, otros ámbitos, otras manos y otros ojos que miran los días por venir, por ocurrir.
Tal vez soy muy cándido. Siempre lo he sido. Pero es que me niego a pensar que lo que nos viene sea el desmadre final, la caída final. Me niego a pensar así.