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Hay visiones planteadas por el presidente Gustavo Petro que tienen una importancia trascendental para el país, así su Gobierno no las haya transformado en programas tangibles y concretos que beneficien a la población. O no lo haya hecho en la forma y medida necesarias.
Claro que hay que encontrar una manera de ir dejando atrás los combustibles fósiles y organizar el territorio alrededor del agua y la defensa de los recursos naturales, que no son infinitos. De eso depende la supervivencia de la especie humana, no es una banalidad. Y ya no hay mucho tiempo.
Claro que la salida al problema del narcotráfico es la despenalización de las drogas y reformulación de ese problema como lo que es: un problema de salubridad pública. Y claro que el aparato de defensa del Estado no puede identificar a los campesinos que siembran la mata de coca, acorralados por la violencia y la pobreza, como un objetivo militar. Tiene sentido insistir en los programas de sustitución y en avanzar en las incautaciones.
Claro que las Fuerzas Armadas no pueden, en su lucha contra las bandas de criminales, poner en peligro a las comunidades, como se hizo, por ejemplo, en el Gobierno de Iván Duque cuando se bombardearon campamentos guerrilleros en los que había niños reclutados a la fuerza. Y el Ejército, en efecto, mató niños. Y claro que la policía no puede ponerse en contra de la ciudadanía y claro que hay que preservar y garantizar la protesta social. La Policía no puede sacarles los ojos a los jóvenes que protestan, usando las armas de dotación. Eso fue de salvajes.
Claro que hay que hacer una reforma agraria y darles tierra y recursos a los productores de alimentos, pues el país tiene miles y miles de hectáreas inutilizadas y la comida se necesita. En Colombia, muchas veces, la tierra está mal repartida y mal explotada y los latifundios han sido un problema muy grande que ha producido violencia y pobreza durante siglos ya. Y claro que hay que hacer actos de justicia y devolverles la tierra a los campesinos que fueron despojados en varios gobiernos anteriores, que se hicieron los zonzos o promovieron esos despojos.
En fin. Son cosas casi elementales, no hay que ser de izquierda para entenderlas o acogerlas, pero Petro las ha enunciado con vigor, las ha preconizado. Lo que pasa es que, en realidad, no son de propiedad de él ni de su movimiento “progresista”. Son actos de sensatez y justicia humana innegables e impostergables.
¿No será que alguien con más sindéresis que Petro, menos errático, puede hacer valer esas ideas y visiones en la próxima campaña electoral? Un estadista de verdad, no un Gustavo Bolívar ni una Vicky Dávila, que hoy puntean en las encuestas. No, un gobernante real, con experiencia, con método, con certeza en el proceder. López Pumarejo decía que es deber del buen estadista lograr por las vías constitucionales lo que aspira a lograr una revolución por las vías violentas.
Un tipo así necesitamos.
