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Yo quería decirle…

Gonzalo Mallarino Flórez
05 de noviembre de 2022 - 05:30 a. m.

Francia Márquez, yo quería decirle que esta semana la vi en la televisión y sentí vergüenza delante de las mujeres negras. De las mujeres negras de los poblados, veredas y selvas tupidas, de las calles terribles y de los mares oscuros. O de los mares susurrantes que se enrollan despacio y el sol rebrilla en el lomo de sus olas. Delante de las mujeres del mar y de los ríos que son negras y cantan y se duelen por la manera en que las hemos mirado y tratado.

Quería decirle que sentí tristeza delante del brillo dulce de sus ojos y las plumas azules de su voz. Y delante de todas las plumas y las flores que caen al piso, cuando las madres negras han visto sucumbir a sus hijos en este país de los mil demonios. En el que yo nací y no tuve nunca el valor de mirarla a usted de frente, mirar su boca de frente, mirar su sonrisa de frente, mirar su alma y sus manos de frente. Sentí dolor porque el acento de su idioma estaba muy en lo hondo de mí mismo y yo no lo sabía.

O sí lo sabía y lo quise enterrar durante años, durante siglos, enterrar muy adentro para no oírlo, para no sentirlo goteando en mis pestañas. Porque era la constatación de que yo sentía pena y tristeza por las mujeres negras de mi país. Que están y han estado con sus pies hermosos en los días, en las estancias, en el dosel del centro de la vida donde se siente ahora este dolor tan triste por las mujeres negras.

Y quería decirle que sentí angustia por su cuerpo y sus cejas y su respiración y la respiración de las mujeres negras que albergan entre las manos los bulbos de las plantas y las alas móviles de las mariposas. Porque yo no he sabido, en el tiempo que me ha tocado, en los años sin ninguna importancia que me han tocado, no he sabido comprender que era allí donde estaba el sentido hondo de esta vida, su poesía, su misterio de gotas de sereno y semillas de fruto. En el cuenco de las manos de las mujeres negras.

Y quería decirle que yo hubiera querido estar al lado de las gotas de sudor, al lado de las axilas, al lado de las frentes, al lado de las yemas de las mujeres negras de mi país que han llorado, que han tiritado de miedo y rabia, que han gritado y echado a errar su corazón ciego de desconsuelo. Mientras yo volvía la espalda y me tapaba los oídos porque muy en el fondo sabía, desde hace décadas, desde hace siglos, que me iba a morir de vergüenza, de tristeza, por la forma mentirosa en que hemos tratado, apartado y timado a las mujeres negras.

En este país de los mil demonios en el que hay que ser un indolente, un traidor y un hombre hueco, muy hueco, lleno por dentro de sótanos de desgracias y arañas, para no haberse dado cuenta de que la canción y la voz y las manos de las mujeres negras de este país eran un almíbar y un jugo de átomos que nos podían dar esperanza y alumbrarnos como un fanal el camino oscuro y abstruso de esta vida. No oímos la canción, no la hemos oído. Por eso, Francia, esta semana en que la vi en la televisión sentí vergüenza delante de las mujeres negras de Colombia. Y quería decírselo.

Gonzalo Mallarino Flórez

Por Gonzalo Mallarino Flórez

Escritor. Autor de varios libros de poesia y de ocho novelas, de las que hacen parte sus célebres Trilogía Bogotá y Trilogía de las Mujeres. Es frecuente colaborador de importantes periódicos y revistas

 

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