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Elon Musk, el hombre más rico del mundo, ha revolucionado tres grandes industrias: la automotriz, la energética y la espacial. Su mira y su billetera ahora están puestas en la de las comunicaciones, tras la adquisición de Twitter, una de las plataformas de redes sociales más influyentes del planeta, que en sus diez y seis años de servicio suma 436 millones de usuarios. Una movida empresarial polémica, como todas las suyas, dado que el costo de la transacción, 44 mil millones de dólares, rebosa las limitadas utilidades que, en estos momentos, deja su nueva inversión.
Pero este hombre ambicioso, perseverante y exigente, sabe muy bien hacia dónde se dirige, porque sus pasos en la escena financiera son cuidadosamente calculados. Ha regado fama de ser un riguroso impulsor de empresas, a las que busca rentabilizar y llevar hacia la excelencia y, de ahí, que sea considerado, no solo como el empresario del futuro, sino como un gran innovador. Su vida la ha dedicado a romper récords y su nombre se ha consolidado como una marca institucional.
Musk es un visionario moderno que busca ganarle la delantera a otros personajes que caminan por la misma senda, como Jeff Bezos y Mark Zuckerberg, y no son pocos quienes lo comparan con el fallecido cofundador de Apple, el creativo Steve Jobs, cuyos productos, entre los que se cuentan los teléfonos inteligentes y los computadores, comenzaron a transformar al planeta, al integrarse a la cotidianidad de miles de millones de personas.
La compra de Twitter la justificó con el argumento de quitarle amarras y hacerla más flexible al discurso público, en defensa de la libertad de expresión, como base de una democracia funcional, en la que esta red social, a la que él define como una plaza pública digital, debe ser el escenario principal para debatir asuntos vitales para el futuro de la humanidad. Propuesta discutible por lo que implica el asunto de la regulación en un medio azotado por los mensajes de odio, pero funcional para su propietario, que ha aumentado su riqueza a punta de tuits y ha librado, por el mismo medio, intensas batallas personales contra algunos de sus contradictores en las más altas esferas del poder.
El debate que se ventila será más agudo por lo que significa el hecho de que el hombre más rico del mundo, y quien dice que no la adquirió por hacer dinero, asuma el control total de una de las más populares y poderosas plataformas de comunicación, donde se recoge invaluable información política, económica y social, suministrada a borbotones por una millonaria audiencia global, que la utiliza para controvertir sobre lo divino y lo humano e, incluso, para gobernar.
Pero el caso es que este ingeniero excéntrico, nacido en Sudáfrica, con ciudadanía estadounidense, que acumula un patrimonio neto de 265 mil millones, piensa en grande y saca adelante proyectos transformadores que parecían imposibles, sobre los cuales ha cosechado su impresionante fortuna. Desde los doce años, en su país natal, mostró habilidades para los negocios, tras ganar los primeros 500 dólares con un código para videojuego que diseñó y vendió a una revista especializada.
Pasadas sus primeras dos décadas de vida cofundó Zip2 Corp., empresa dedicada a desarrollar guías de ciudades en línea, y PayPal, la actual plataforma de pago online más usada del mundo. Desde ese momento intensificó su aventura de negocios con un variado portafolio de propuestas financieras, hasta integrarse en 2004 como presidente de Tesla, una compañía de baterías y coches eléctricos, promotora de energía renovable, con la que desafió una larga sequía de resultados. Estos solo se produjeron hace muy poco y hoy la convierten en la firma automotriz más valiosa del mundo.
Su mayor conquista, sin embargo, ha sido la del espacio, a través de su empresa SpaceX, fundada veinte años atrás, en la que se embarcó solo y afrontó otra seguidilla de costosos fracasos. Hace una década surgió como pionero de la carrera espacial, cuando en 2010 registró su primer gran logro, con el exitoso lanzamiento de la primera nave comercial privada, no tripulada, que orbitó y regresó a la Tierra. Dos años luego repitió la historia, al enviar la primera cápsula en misión comercial a la Estación Espacial Internacional (EEI), un laboratorio de investigación en microgravedad habitado por científicos y localizado a 340 km de altitud.
SpaceX, también es la primera empresa, y hasta ahora la única, que ha reutilizado sus cohetes para abordar misiones separadas a la órbita y, en ese desafío por pulverizar récords, se cuenta su papel protagónico al transportar, en septiembre último, a la primera tripulación civil, compuesta por dos mujeres y dos hombres, en un viaje orbital de tres días. Su próximo reto es volar más lejos. Acaricia la promesa de volver realidad el sueño de lanzar su primera misión tripulada a Marte antes de 2026.
Elon Musk resulta un personaje peculiar y multidisciplinar, tan excéntrico como carismático. Es el industrialista más rico, poderoso e innovador del mundo y está comprometido en la lucha contra el calentamiento global. Un triunfador que ha ganado en todas las facetas que ha emprendido, salvo en la del amor, por la que ha pasado, sin pena ni gloria, con tres divorcios y varias novias fugaces. Quizás, ahora, muchas de ellas descubrirán que con el dueño de Twitter siempre valdrá más pájaro en mano que ciento volando. Porque un hombre como él seguirá coronando sueños, como parece, a la velocidad de un tuit y en menos de lo que canta un trino.
En campo ajeno. La doble moral de algunos medios de prensa claramente politizados. La semana pasada se fueron lanza en ristre contra Diana Osorio, esposa del alcalde de Medellín, Daniel Quintero, quien sin ser funcionaria pública manifestó su simpatía por una candidatura presidencial, pero justifican la recurrente intromisión en política del presidente Duque, con la que vulnera la institucionalidad y pone en riesgo el proceso electoral.
Twitter: @gsilvar5
