Notas al vuelo

Abrir el paraguas

Gonzalo Silva Rivas
11 de noviembre de 2020 - 03:00 a. m.

El presidente Duque por fin se echó antier una pasadita por el archipiélago de San Andrés, azotado por el coletazo del huracán Eta que, con su devastador paso por las aguas del Caribe, se suma al catálogo de calamidades que sacuden a nuestro olvidado territorio insular, desde hace décadas sumido en la peor crisis de su historia, bajo el timón de mando de una clase política ineficiente y venal, y la ausencia casi permisiva del Estado.

El impacto del ciclón, como bien se observó en las imágenes transmitidas por televisión, produjo serias afectaciones en el entorno tras intensas lluvias de varios días, con pérdidas superiores a los $3.000 millones y un costo adicional de medio centenar de familias damnificadas, decenas de negocios obligados a cerrar sus puertas, una vez más, y cuantiosos daños en tuberías y edificaciones.

La tormenta le dio una nueva sacudida a la dramática realidad que vive la comunidad raizal, de por sí estremecida por los fuertes vientos de ingobernabilidad que se desataron sobre el departamento en los últimos años, hasta llevarlo, poco a poco, a un lamentable estado de postración. La pandemia del coronavirus, que aisló al archipiélago por completo durante un semestre, fue el golpe de gracia para profundizar los daños en su economía, la más castigada en el país.

San Andrés, con una población de 62.000 habitantes, se acostumbró a vivir del turismo y desde hace tiempo todos sus servicios se redireccionaron hacia los turistas. El confinamiento mundial lo aisló de la materia prima de sus ingresos, obligó al cierre del comercio y dejó sin opciones laborales a los isleños. Sin huéspedes, ni comensales, ni compradores, algunos pocos empresarios soportaron la sequedad y sobreaguaron gracias a sus ahorros y a los préstamos hechos, con suficiente cautela, por la banca de primer piso.

Los estragos causados por la pandemia y el reciente desastre natural se confabularon con las diversas plagas que azotan al archipiélago y que lo mantienen en latente riesgo de un naufragio, salvo que el gobernador encargado empiece a cambiar las condiciones. La sombra de la corrupción, la principal de ellas, se ha posado sobre el frágil presupuesto departamental, alimentada por la politiquería, los malos manejos administrativos, el sinnúmero de obras de infraestructura inconclusas y la pérdida de millonarios recursos, arrebatados a la educación, la salud, los servicios sociales e incluso al turismo.

Sus dos gobernadores anteriores elegidos popularmente fueron condenados por irregularidades administrativas al darle zarpazos al presupuesto de los más necesitados, en beneficio personal. Everth Hawkins, el actual, elegido en octubre pasado a nombre del Partido de la U y Cambio Radical, hizo su campaña con el argumento de hacer un gobierno diferente para poner la política al servicio de la gente, y en menos de un año recibió detención preventiva en condición de presunto responsable por delitos en contratos suscritos durante la emergencia sanitaria.

El soñado paraíso caribeño, declarado por la Unesco como Reserva de Biósfera Seaflower —la más grande del planeta—, ha venido perdiendo el brillo de su atractivo tropical, asediado por la acumulación de problemas. Algunos críticos, como la sobrepoblación, la escasez de recursos alimenticios, el alto costo de vida, el crecimiento de barriadas marginales, el aumento de la informalidad y la inseguridad, la presencia de zonas vedadas por la acción de la delincuencia, la precariedad de sus infraestructuras educativas y sanitarias, la carencia de servicios de agua potable y alcantarillado y la acumulación de aguas residuales, esta última agravada por el huracán tras la ruptura del tubo emisario que conduce mar adentro las aguas servidas.

De acuerdo con el índice de competitividad regional, elaborado por la Universidad del Rosario y el Consejo Privado de Competitividad, el archipiélago fue el departamento que más retrocedió el año pasado en el ranking de productividad del país. El Estado no le da el tratamiento que merece. Incluso, tampoco llegó a figurar entre los favorecidos con las medidas tomadas para minimizar los efectos negativos del confinamiento. Ni siquiera se vieron resultados de la visita del fiscal Francisco Barbosa, quien prometió convertirse en el intermediario de sus inquietudes ante el presidente Duque, como justificación de su controvertido viaje en pleno confinamiento, en julio pasado.

La ausencia estatal, el desgobierno y la corrupción les niegan el futuro a sus habitantes, y es obligación dirigir la mirada hacia ese rincón de Colombia para evitar la destrucción de su precaria economía, construida sobre el eje del turismo, impulsor de su comercio. Los gobiernos nacional y departamental están en mora de adoptar medidas eficientes e innovadoras para enfrentar la gravedad de la situación.

Las islas son víctimas de una economía basada en una sola actividad y, para quitar la camisa de fuerza que genera esa monodependencia, se requiere diversificarla, orientándola hacia las necesidades de los raizales, hoy día marginalizados política, económica, cultural y socialmente. Pero como el turismo es su eje, debería fortalecer las ventajas competitivas para el mercado internacional, a fin de sacarles provecho a las grandes posibilidades que ofrece la región.

Ojalá que la visita del presidente Duque vaya más allá de atender temporalmente a los damnificados de las fuertes lluvias. Que el llamado que les hizo a sus compañeros de gobierno de no hablar carreta, sino salir con hechos puntuales, sea la consigna para iniciar el rescate del archipiélago. Pero su legado solo generará beneficios si cesa el devastador huracán de la corrupción, que de tiempo atrás arruina la economía y ensombrece el futuro de los nativos bajo la mirada indiferente del Estado, aún en mora de abrir el paraguas para capotear semejante temporal.

Posdata. La economía del archipiélago de San Andrés gira alrededor de actividades productivas relacionadas con el turismo, el comercio y la pesca. Sin embargo, los problemas ecológicos, la alta densidad de población y el aumento de la pobreza las limitan a la oferta pesquera y de algunos productos agrícolas para autoconsumo y de un turismo basado en su medio ecosistémico y etnocultural.

gsilvarivas@gmail.com, @Gsilvar5

 

Fernando(ja48y)11 de noviembre de 2020 - 03:09 p. m.
La situación de San Andrés no va a mejorar por una sencilla razón, porque toda su clase política se dedica a la politiquería y sus gobernadores terminan en la cárcel. Acá en el archipiélago no cabe el cuento de unas manzanas podridas, podrido se encuentra todo el costal.
Juan(33559)11 de noviembre de 2020 - 07:00 p. m.
Duque sigue en campaña presidencial prometiendo lo que no va a cumplir.
Arturo(82083)11 de noviembre de 2020 - 02:32 p. m.
Esta vez el Fiscal desistio de viajar porque desde su visita dejo el archipielago marchando sobre ruedas. Y ademas...con ese mal tiempo...
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