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Las condiciones meteorológicas registradas en Bogotá durante los últimos días y su afectación en las operaciones de El Dorado reviven el debate sobre la seguridad aérea en el país.
Una discusión recurrente que se prende al vaivén de las contingencias y enfrenta posiciones encontradas. Los trabajadores insisten en sus denuncias sobre deficiencias técnicas con riesgos de accidentalidad, mientras el Gobierno asegura disponer de los protocolos y estándares óptimos para garantizar la aeronavegación.
Pero si bien es cierto que el tiempo atmosférico y las recientes tormentas eléctricas paralizan servicios y congestionan aeropuertos sin generar alto riesgo para la aviación, este factor siempre estará latente mientras no se consolide una infraestructura tecnológica que marche al mismo ritmo de los avances en las plantas físicas y del crecimiento del mercado aéreo.
Hoy en día la terminal capitalina es una compleja edificación arquitectónica, clasificada entre las más modernas de Latinoamérica, y los aeropuertos regionales mejoran sus estructuras con obras de ampliación y remodelación, superando un estancamiento de varias décadas. Se proyecta un avance en infraestructura aeroportuaria que aventaja los logros en materia de seguridad aérea. Las deficiencias en este campo se desnudan ante la presencia de súbitos problemas, como los meteorológicos, propios de un país tropical, y tan comunes en la sábana de Bogotá, desde donde se controla -a través de El Dorado- el 70 por ciento del espacio aéreo nacional.
El país enfrenta medio siglo de retraso en infraestructura de seguridad. Este se viene corrigiendo poco a poco pero mantiene abierta una profunda brecha que lo separa de los niveles óptimos de eficiencia operacional. La tecnología digital aparece a cuenta gotas y entre tanto los procedimientos siguen dependiendo de arcaicos y restringidos sistemas de radioayudas, radares y comunicaciones. Sin contar, claro está, cerca de 200 millas del territorio nacional con problemas de cobertura de radar y frecuencias comunicacionales, como es el caso de la zona occidental, en los límites con Venezuela, o la del Pacífico sur, que conforman una enmarañada franja territorial estratégica para la soberanía nacional, cuyo espacio aéreo se utiliza clandestinamente para el tráfico de drogas.
La mayor parte de los aeropuertos controlados por la Aeronáutica adolecen de servicios de aproximación y navegación, mientras estratégicos equipos aeronáuticos superan su tiempo de vida útil y reciben poco mantenimiento preventivo. Las estaciones de comunicaciones, donde operan las torres repetidoras, son permanentes víctimas del deterioro por las difíciles condiciones topográficas donde se localizan.
El tráfico aéreo en el país ha crecido de manera desbordada en los últimos años, sobrepasando los alcances de una oferta de infraestructura atrasada y obsoleta, agravada por la pésima planeación del sector. La Aerocivil estuvo largo tiempo secuestrada por la politización, el clientelismo y la corrupción. Muchos de los recursos en infraestructura de seguridad terminaron en el bolsillo de sus protagonistas o dilapidados en costosos e inservibles equipos convertidos en monumentos al despilfarro público.
Solo hasta hace poco la entidad comenzó a dar pasos para planificar el mantenimiento de los viejos equipos, sumarse a la tecnología de punta y trabajar en la actualización de los protocolos de control aéreo. La parsimoniosa construcción del Centro de Gestión Aeronáutico, la controvertida nueva torre de control de El Dorado y el montaje de una docena de modernas Estaciones de Vigilancia para el monitoreo satelital, con las que se complementarán y en algunos casos se sustituirán las funciones de los viejos radares, comienzan a mostrar el rostro del futuro.
Justo es señalar que pese a las restricciones presupuestales la actual administración le ha puesto el hombro a la modernización del sector aeronáutico. Queda, sin embargo, un largo trayecto para llegar al destino final. Faltará ver si ante la eventualidad de un cercano retiro voluntario de su director, los avances en seguridad aérea –como amenaza sucederle al país por la bien alimentada crisis del sector eléctrico- terminarán no solo con los bombillos apagados sino con algún par de alas enredadas en cualquier cable de luz.
gsilvarivas@gmail.com
