Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
La industria del turismo puede y debe jugar un papel determinante en el crecimiento económico del país durante el largo período del posconflicto. En varias naciones emergentes - algunas desenredadas de sus conflictos internos- se tranformó en eje de desarrollo y en motor de oportunidades para crear plazas laborales e inclinar en descenso la curva de la pobreza, gracias a ventajas comparativas, en muchos casos relacionadas con sus patrimonios naturales y culturales.
La coyuntura que hoy se le presenta al Estado colombiano para retomar el control y el manejo de vastas zonas territoriales que permanecieron secuestradas durante cincuenta y dos años por las Farc, le genera un desafío histórico. Por un lado, está su obligación de garantizarles la seguridad, y por el otro, la responsabilidad de extender su presencia institucional y su músculo financiero, con la articulación de un plan de consolidación territorial que estimule el fomento del desarrollo social y económico de las comunidades asentadas.
La afirmación de la institucionalidad y la implementación de estrategias de gobernanza en los territorios victimizados subsanarían sus preocupantes indicadores de necesidades básicas insatisfechas -los más altos del país- en sectores de la salud, la educación, la vivienda, la infraestructura y el saneamiento básico. En las regiones de potencial vocación turística, la “industria sin chimeneas” está llamada a convertirse en aliado estratégico para emprender los cambio y contribuir al cierre de las brechas.
La recuperación y reconstrucción de nuevos territorios, dotados de valores culturales, ambientales y ecológicos, abren las puertas a flujos de viajeros nacionales y extranjeros -hasta ahora inexistentes-, dispuestos a descubrir atrayentes propuestas de viajes, algunas inexploradas para la industria. Orientar la oferta hacia un turismo sostenible, en épocas en las que esta actividad aumenta sus preferencias hacia el disfrute de la naturaleza, les posibilita erigirse como polos de progreso, con beneficios integrales e incluyentes.
Los impactos positivos que tienen el rescate y la explotación responsable de esta actividad se proyectan en múltiples facetas. Generación de empleos formales, fortalecimiento de la unidad familiar, reducción migratoria, impulso a la infraestructura urbana, vial y de servicios, preservación del medio ambiente, promoción de las culturas nativas, facilitación de la convivencia y consolidación de la paz. Se dispararían, ya no los desterrados fusiles, sino las visitas de turistas que podrían imbuirse dentro de sus inimaginables escenarios cargados de vivencias tropicales y de experiencias inolvidables.
El turismo puede ser actividad principal o complementaria para imponerle dinámica al recurso humano local, con el fin de apropiarlo y comprometerlo con sus territorios. La incorporación de la población nativa en la construcción de esta industria, que genera inversión y provee de opciones de empleo directo e indirecto nada despreciables, permitirá a centenares de familias humildes disponer de alternativas de subsistencia, poco comunes en las precarias economía locales, donde es nula o escasa la presencia de los sectores secundarios o terciarios.
Sin embargo, para iniciar la transformación regional que tanto anuncia el presidente Santos debe empezarse cuanto antes a ejecutar obras de desarrollo, construir vías terciarias y formalizar proyectos productivos para las comunidades. El tiempo pasa y la ausencia de respuestas concretas oscurece las expectativas, aumenta la desconfianza y llena de argumentos las embestidas de la oposición política, dispuesta a deslegitimar los acuerdos, ad portas de la cercana campaña electoral.
Si el Gobierno pone los ojos sobre el turismo para impulsarlo como industria social en las desaparecidas zonas de violencia, se hará de una valiosa herramienta para promover la asociatividad de las comunidades, redistribuir beneficios y acelerar al despegue económico de las regiones o municipios seleccionados como referentes turísticos. Un paso histórico –del talante de un Nobel- para reducirles los elevados niveles de pobreza e inequidad social, los mismos que hicieron cocinar a fuego lento el caldo de cultivo de la violencia fratricida en un país que -en época de paz- ya no desea probar una sola taza más de ese doloroso y trágico cocido.
gsilvarivas@gmail.com
