Siendo Bogotá puerta de entrada de turistas por conexión aérea, es bastante escaso lo que logra agarrar Cundinamarca de esa torta de viajeros. La ciudad recibe cerca del millón de visitantes extranjeros al año y solo unos 8.000 se desplazan por las plácidas vecindades del Departamento. Quienes prolongan su viaje desde la capital, recorren la oferta turística de lugares que buscan posicionarse en el mercado internacional, dígase Costa Caribe, Eje Cafetero, Medellín y Cali.
Cundinamarca cuenta con suficientes argumentos naturales, ambientales e incluso culturales para atraer la mirada de un turismo especializado, cada vez más creciente y responsable, que disfruta del placer de la naturaleza y de las tradiciones locales. La diversidad gastronómica y el amplio espacio existente para actividades deportivas tradicionales, alternativas o de aventura, son un patrimonio inexplotado del que podrían beneficiarse económicamente pintorescos municipios de la sabana y la región para dar sus primeras brazadas en materia de competitividad
La Ruta de la Sal, con la emblemática Catedral de Zipaquirá y el Museo de Nemocón; la histórica Guaduas; Guatavita y su cultura indígena; la Laguna de Tominé, escenario de deportes náuticos; Tobia y Nimaima, con sus apuestas de aventura extrema; el Parque Natural de Chingaza, y los populares balnearios para veraneo doméstico, Girardot y Villeta, junto a esa inmejorable sucesión de pueblitos y ciudades en crecimiento, como Chía, Cota, Cajicá, La Calera, Suesca, Mosquera y Fusa, conforman una sugestiva red turística, inadvertida para extranjeros, especialmente para los europeos, sensibles a la calidez y la extraña magia que envuelve a estos países latinoamericanos.
Tiene la zona suficientes atractivos de interés para irlos introduciendo en el portafolio de ventas. Cuenta además con un escenario optimista para avanzar en estrategias de desarrollo. La cobertura hotelera alcanza más de medio millar de establecimientos formalizados. La red vial principal sigue en proceso de modernización, gracias al aporte del Gobierno Nacional y de algunos gobernadores anteriores, y los empresarios e inversionistas han ocupado espacios, aunque no exentos de cierta cautela. Proexport le ha puesto el hombro a su promoción y viene extendiendo a docenas de países la oferta departamental para visualizar sus productos.
Pero el problema del Departamento es que lleva cuatro años sin nadie quien lo empuje. El turismo, como sucede en todas las instancias, nacional, seccionales y locales, mendiga y solo recibe limosnas. Los presupuestos de algunas administraciones ya sabemos para dónde se dirigen. Y el actual gobernador es hombre diestro para sacarles jugosos dividendos a los contratos, como lo ha revelado la Fiscalía en su imputación de cargos.
Fuera de sus potencialidades turísticas, Cundinamarca se encuentra cruda en todos los frentes. Las vías secundarias y terciarias que corresponde construir a sus autoridades siguen sepultadas en el olvido. Los municipios crecen y los acueductos y alcantarillados agudizan sus limitaciones, repercutiendo en la calidad de los servicios y espantando a los viajeros. La inseguridad y el lento desarrollo económico golpean a sus habitantes y desdibujan el encanto de estos 24 mil km de superficie. La posibilidad que tiene el departamento de posicionarse como un destino de ensueño, planeado y con perspectivas de éxito, se vislumbra lejana.
Al igual que la imagen de una figura presidencial incide en las percepciones de un país, la de un mandatario regional se refleja en la de sus territorios. Un dirigente cuestionado -y formalmente acusado- baja la confianza en los mercados, refleja intranquilidad y deteriora el concepto del destino. La exposición mediática, global en estos tiempos, es un arma de doble filo y está dada a pescar en río revuelto, con serias implicaciones, cuando de malas noticias se trata.
La interinidad que vive Cundinamarca -con los líos penales que rodean a su actual gobernador- no resulta ser un buen indicador para atraer visitantes ni inversionistas. En consecuencia, turismo y progreso continuarán cerrando puertas mientras el departamento -portón de entrada al país- siga cargando su Cruz, a cuestas del bien común y para beneficio de cierto Rey.
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