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La imagen mediática de Colombia ante el mundo se asemeja a una montaña rusa. Sube, baja, retrocede y se pone cabeza abajo. Muda permanentemente entre aplausos, escarnios y condenas. En días pasados saltó de la portada de la influyente revista Time y de positivos referentes de respetables publicaciones foráneas sobre el potencial turístico y el buen momento económico del país, al purgatorio de los escándalos.
Como resultado del affaire sexual protagonizado por agentes secretos gringos, Cartagena terminó estigmatizada por el Washington Post y otros medios de comunicación de América y Europa, que le pusieron sabanas a su belleza arquitectónica y demás encantos para resaltar la prostitución, modalidad turística tan extendida en el globo, como su principal industria. Luego la guerrilla de las Farc hizo revivir en la prensa de la Unión Europea el tema de la seguridad en Colombia con el secuestro del periodista francés Roméo Langlois, retornando la tensión que durante varios años dominó las relaciones bilaterales con el cautiverio de Ingrid Betancur.
La imagen de un país es su mayor activo. Pero paramilitarismo, guerrilla, narcotráfico, miseria y derechos humanos, persistentes flagelos que acosan y alimentan la infortunada visión que se tiene de Colombia en el exterior, son enraizados factores de su degradación. Su oscura sombra nos postra a la calidad de parias dentro de la comunidad internacional y oculta los tímidos cambios que se han experimentado en los últimos años en economía, educación, guerra a la corrupción y reducción de la pobreza.
Cómplices de la adversa campaña mediática que minimiza las ventajas comparativas de Colombia frente a otras naciones valoradas dentro de la globalización, son la televisión y el cine locales. Sus discutibles producciones se encaminan a promovernos por fuera como un país de narcos y cacos. Colombianización se ha convertido en el término dado por los medios de algunas lugares para señalar la incursión de los fenómenos de violencia y mafia.
Muchas cosas pueden estar mejorando pero mientras subsistan los estigmas habrá una barrera contra la confianza en el exterior, y seguirán proyectándose a cuenta gotas los esfuerzos por atraer turistas e inversionistas. En 2011 la dolorida México sobrepasó los 22 millones de visitantes extranjeros. Acá apenas superamos los dos millones y medio. Sin una política integral del Estado que revierta con decisión los problemas causantes de tantos estereotipos, la imagen de Colombia seguirá dando tumbos eternamente.
