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Destino sin brillo

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Gonzalo Silva Rivas
02 de septiembre de 2015 - 02:03 a. m.
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Los últimos años para el turismo venezolano han sido desoladores y lo más perturbador que podría pasarle en tiempos de aguda crisis es la pérdida de flujos colombianos, posiblemente de los pocos y más importantes que le llegan del mercado internacional.

Desde 2001, cuando acarició el tope de los 800 mil visitantes extranjeros, el impulso receptor de la república bolivariana entró en franco descenso y luego de repuntar en 2012 -con registro de 700 mil-, hoy hace agua para no venirse abajo.

Venezuela merodea por los sótanos del Índice de Competitividad en Viajes y Turismo, en el lugar 114, entre 140 países analizados, encadenando un continuado retroceso en el comportamiento de la industria. Hace seis años ocupaba el puesto 104, pero un sinnúmero de factores la ahuyentaron de los mercados internacionales. Entre ellos, la retrasada infraestructura turística, aérea y terrestre, la deficiente conectividad y la percepción derrumbada sobre la hospitalidad de su gente -tal como lo señala el indicador “Actitud de la población con los visitantes extranjeros”-, que la sepulta en la penúltima posición, la 139.

Su mayor dolor de cabeza como destino turístico, sin embargo, está en la inseguridad, reflejada en altos índices de violencia y criminalidad y en la escasa confiabilidad que producen sus servicios de policía. La delincuencia que desterró el encanto de recorrer sus calles al anochecer, y los hechos violentos en los que se han visto involucrados turistas extranjeros, sumados a los abusos de las autoridades, la escasez de productos básicos, las protestas y enfrentamientos callejeros entre el régimen y sus opositores y el revanchismo contra la disidencia, mediatizan la imagen de un país de riesgo elevado, baja institucionalidad, débil democracia y profunda inestabilidad política, social y económica.

Y es esa pesada carga de temores y desconfianzas que soportan sus principales ciudades la que desdibuja el particular embrujo de sus maravillosos recursos naturales y de su asequible oferta turística. La estrepitosa devaluación del bolívar frente al dólar en el mercado no regulado lo convierte en un país increíblemente económico para el viajero. La inflación de tres dígitos permite a los visitantes encontrar alojamientos, gastronomía y servicios de buen nivel a precios asombrosos, sin duda alguna, los más baratos de la región.

Los flujos predominantes de su turismo cruzan por las zonas fronterizas de Brasil y Colombia, en particular por las de este último que alimentan en más de un 75% las corrientes de visitantes en los estados de Táchira, Mérida, Barinas, Trujillo y Nueva Esparta. Todos ellos -junto a Isla Margarita, refugio de nuestros viajeros- disminuyeron su actividad en cerca de un 20% durante las últimas semanas, consecuencia de masivas cancelaciones de paquetes turísticos, ocasionando una caída que prende las primeras alarmas de recesión frente a un panorama sombrío.

La república bolivariana aumenta la brecha que la rezaga dentro del mapa turístico del continente y carga el farolito del escalafón, al lado de Belice y Paraguay. Su gradual marginamiento responde no solo a la compleja situación actual sino al marcado desinterés de sus últimos gobiernos, que le han volteado la espalda a esta fuente económica, cuyo aporte al PIB nacional alcanza el 4%. Allí, empero, no faltan las dosis del optimismo oficial, que han fijado como meta para 2019 elevar su participación al 9%, merced a un incierto potencial de dos millones de visitantes extranjeros.

El abrupto cierre de la frontera colombiana le ha mostrado al mundo la infamia vivida por millares de compatriotas expulsados y denigrados, tras la arbitraria decisión del presidente Maduro, y pone por los suelos la imagen internacional de un régimen que camina hacia el despeñadero, envuelto entre cortinas de humo. La promesa de convertir el turismo en el segundo motor de la economía -detrás de la industria petrolera- se enreda entre incertidumbres, porque mientras no se les devuelva la confianza a los viajeros, el hermoso destino vecino seguirá sin brillo.

gsilvarivas@gmail.com

 

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