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Notas al vuelo

El cinturón abrochado

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Gonzalo Silva Rivas
03 de noviembre de 2021 - 05:00 a. m.
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La movilidad, como instrumento estratégico para el desarrollo de la economía, resulta ser la columna vertebral de la globalización. Este proceso de interrelaciones, en el que destaca el comercio internacional de bienes y servicios, se incentiva gracias al imparable flujo de los desplazamientos motorizados alrededor del mundo, en cuyo crecimiento el turismo aporta una cuota significativa. Pero, así, como la movilidad, tanto de personas como de mercancías, ofrece invaluables beneficios, su vertiginosa expansión conlleva efectos colaterales para el planeta y la humanidad.

El desenvolvimiento de la actividad turística depende de la aviación y del transporte marítimo, piezas clave por su capacidad de reducir considerablemente las distancias para acercar destinos alrededor del planeta. De ahí el interés de los gobiernos por estimular, desde hace un par de décadas, la pronunciada tendencia de crecimiento de los viajes aéreos e interoceánicos, dado su considerable aporte económico, como fuente de empleo, ingresos y desarrollo.

Sin embargo, estos dos sectores forman parte de la lista negra de las industrias más contaminantes del planeta, un tema álgido que actualmente se debate en la ciudad escocesa de Glasgow, sede de la cumbre internacional sobre el cambio climático, en la que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) prende las alarmas sobre la necesidad de encarrilar la lucha mundial contra el calentamiento global.

Las emisiones de dióxido de carbono que producen el transporte aéreo y el marítimo representan, en su conjunto, cerca del 5 por ciento de las emisiones globales de Gases Efecto Invernadero (GEI) y, conforme a estudio del Parlamento Europeo, para la segunda mitad de este siglo podrían ser responsables de hasta el 22 por ciento –el primero- y el 17 por ciento –el segundo- de las emisiones de CO2. Ello, sin contar las emisiones de otros contaminantes atmosféricos, como los óxidos de nitrógeno y azufre y el dióxido de carbono que experimentan un crecimiento progresivo.

El caso de los cruceros, que lideran las emisiones por kilómetro recorrido, se abordará en próxima columna, y en esta nos referiremos al poder contaminante del transporte aéreo, la principal fuente de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero relacionadas con el turismo. La aviación contribuye con el 2 por ciento de las emisiones mundiales de carbono, según la Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA), organismo que, además, predice que para 2037 el número de pasajeros aéreos alcanzará los 8.200 millones. Cifra preocupante, si se tiene en cuenta que su último informe, en 2019, la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI) registró la movilización de 4.397 millones de pasajeros. Es decir, que en menos de dos décadas se doblaría el desplazamiento aéreo de pasajeros y, por consiguiente, se multiplicaría su estela contaminante.

Informes indican que la huella ecológica de una sola persona que toma un vuelo de larga distancia causa una contaminación semejante a la de un motorista durante dos meses. Según la OACI, un viaje desde Londres hasta Nueva York, en clase económica, emite alrededor de 0,67 toneladas de CO2 por pasajero, algo así como el 11 por ciento de las emisiones anuales promedio de un residente en el Reino Unido. Un transatlántico entre Europa y América genera emisiones equivalentes a las que durante diez días puede producir el consumo normal de energía en una vivienda.

Los jets privados son los responsables del impacto más desproporcionado al medio ambiente, ya que pueden ser entre cinco y quince veces más contaminantes que un avión, con el problema agregado de su expansión comercial y la tendencia a operar vuelos, muchas veces extremadamente cortos e innecesarios. Andrew Murphy, director de aviación de T&E, denunció la predisposición de los “súper ricos contaminantes” para adquirir aeronaves personales con alto costo ambiental, al advertir que son ellos “quienes continúan volando como si la crisis climática no existiera”.

La principal inquietud radica en que el transporte aéreo, que en algunos países es tan normal como viajar en autobús o en tren, seguirá creciendo, gracias a la capacidad económica con la que cuentan mayores sectores poblacionales para viajar. A su favor juega, además, la irrupción de las aerolíneas de bajo costo (low-cost), que concentran un amplio mercado de pasajeros, como respuesta a la oferta de un modelo más accesible y popular. Las previsiones de la OACI indican que la flota aérea comercial saltará de las 26.000 aeronaves de 2016, a 47.500 en 2036.

Las constructoras de aviones trabajan en la búsqueda de soluciones tecnológicas para procurar que el volumen de emisiones crezca por debajo de los niveles del tráfico aéreo, mediante mejoramiento en el diseño de las aeronaves y en la eficiencia del combustible. Pero el escepticismo ronda respecto a lo que estos esfuerzos puedan lograr. Incertidumbre que toca, incluso, al plan de compensación y reducción de carbono para vuelos internacionales, acordado en Asamblea de la OACI –y voluntario entre 2021 y 2027-, ante la pretensión de algunos Estados de aplicar impuestos verdes a los viajeros, más con la intención de mejorar los presupuestos gubernamentales que el desempeño ambiental.

El transporte aéreo es un símbolo representativo de la modernización y sin él será difícil imaginar la supervivencia de un mundo globalizado. Pese a su carga ambiental, seguirá siendo una herramienta vinculada intrínsecamente a nuestro modelo de vida en sociedad y su ritmo de crecimiento continuará avanzando, con las alas abiertas y el cinturón abrochado. Representa, sin duda, una bomba de tiempo que amenaza con traspasar los umbrales de un irreversible calentamiento global.

En campo ajeno. Las jugaditas de Diego Molano no cesan. Siendo director de la Presidencia puso a volar su discutible propuesta de ubicar un “protestódromo” para aislar a quienes quieran ejercer el legítimo derecho a la protesta. Luego, como ministro de Defensa, decidió fingir un ciberataque, según denuncia la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP), para llamar la atención de la ciudadanía y “atacar” virtualmente a los críticos del Gobierno. ¿Será que tiene armada una cloaca digital para perfilamientos ilegales, censuras y espionajes? Averígüelo Vargas, porque por ahora no aparecen los órganos de control.

gsilvarivas@gmail.com

Twitter: @gsilvar5

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Atenas(06773)03 de noviembre de 2021 - 03:01 p. m.
Otro más q’ igual pretende q’ el gbno sea trompo puchador. Sí, q’ despiadada/ sea sacrificado y puesto en la picota pública todo cuanto proceda del actual gbno en abierto toconDu, y q’, indolente, baje la guardia y se deje al matador llevar. Es todo un deleite leer tal sesgo de quienes luego claman dizq’ x ausencia de objetividad y lucidez.
  • Gabriel(7913)04 de noviembre de 2021 - 10:45 a. m.
    Estupidez pura.
Nacho(33559)03 de noviembre de 2021 - 02:31 p. m.
El único llamamiento a la conciencia sobre el cambio climático hecho en los últimos años a nivel popular ha sido el de la activista sueca Greta Thunberg, pero eso no ha valido de nada. Recuerdo que elegía yates para transportarse como rechazo al transporte por avión pero su campaña quedó en un simple simbolismo. El mundo va hacia un desastre y nuestros dirigentes solo dedicados a echar paja.
william(51538)03 de noviembre de 2021 - 11:44 a. m.
Los ricos pueden marranear con el medio ambiente. Su paso por este mundo es efímero, pero su impronta (la contaminación) es de largo plazo. Qué les importa, si no van a vivir las consecuencias de sus canalladas? Piensa uno en un depredador como Trump y sus 75 millones de seguidores sólo en USA. Molano es un sujeto de lo más aborrecible, "digno" de este malsano régimen.
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