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Si bien es cierto que abordar la transición de la economía fósil, de la cual dependemos, a la economía limpia, descarbonizada o baja en carbono, no es una apuesta de corto plazo, el país debe centrarse en impulsar esa política, a la que ya le vienen apuntando otros gobiernos, para reducir las emisiones de carbono, minimizar la huella ecológica, proteger los recursos naturales y proveer numerosos beneficios a través de los servicios medioambientales.
La economía verde es un modelo económico que le aporta al bienestar y a la equidad social, y el turismo, encaminado hacia la sostenibilidad, resulta ser un protagonista estelar para impulsar dicho proceso de cambio. Según informe de FTSE Russell, reconocido proveedor de índices e información bursátil, el valor de la economía verde ha alcanzado al sector de los combustibles fósiles, y de mantener el curso actual, en 2030 podría llegar a representar el 10 % del valor del mercado mundial.
En varios países emergentes, el turismo ha dejado de ser simple actividad marginal para convertirse en un instrumento de desarrollo económico y social, generador de empleo, divisas y riqueza. En Colombia, el sector ha desempeñado un papel secundario, con limitada participación en el PIB, al que contribuye con una tajada que ha venido oscilando entre el 2 % y el 5 % de la torta global.
El acuerdo de paz, suscrito en 2016 con la organización guerrillera más grande del país, estimuló su avance y, desde entonces, mantiene un crecimiento ascendente y competitivo. El año pasado, de acuerdo con la ONU Turismo, el nuestro fue el sexto destino mundial en niveles de recuperación y desempeño, y el segundo en América en recepción de viajeros internacionales. La tendencia es al alza y es reveladora su oferta de oportunidades en el transcurso de transformación productiva.
Las últimas administraciones le han dado una perspectiva favorable a esta industria, considerando los menores niveles de inestabilidad por los que atraviesa el país, decisivos a la hora de barajar las cartas en torno a la seguridad y a la imagen internacional del destino. El escenario de posconflicto surgió como el punto de partida para direccionarla como un sector estratégico, dado su efecto multiplicador en la cadena económica, con matices esperanzadores para los territorios sumidos en el olvido estatal, particularmente, aquellos asolados por la violencia.
Integrar decisivamente el turismo en la estructura económica nacional, como actividad rentable, exige de una genuina disposición oficial, elevándolo al nivel de política de Estado, de manera que comprometa a los gobiernos sucesivos a asumir el compromiso de priorizar el sector e invertir en aspectos de conectividad, infraestructura y seguridad en las regiones. Requiere de acciones reales, con inversiones y con una visión de resultados a corto y mediano plazo.
Un primer paso concreto hacia la promoción del turismo verde, con enfoque ecológico, se perfila con dos proyectos, uno de conectividad aérea y otro fluvial, que el Gobierno acaba de poner en marcha en regiones apartadas de la geografía, para estimular el fomento de esta actividad, servir al transporte de carga y empezar a reducir las brechas económicas y sociales que, a lo largo de la historia, han encadenado a las comunidades locales a factores de pobreza y desigualdad.
Con el primero de ellos, los aeródromos de Bahía Solano, Bajo Baudó, Magüí, La Primavera, Payán, Cumaribo y Barrancominas, ubicados en desdeñadas franjas territoriales del Pacífico y Casanare, serán rehabilitados, mejorándoles las condiciones de pista, plataformas y calles de rodaje, para facilitar el tránsito de aeronaves, el procesamiento de pasajeros y la seguridad operacional. Con el segundo, se anuncia la fabricación y funcionamiento de 88 embarcaderos flotantes en 81 municipios de 26 departamentos, incluidos Chocó, Putumayo, Guainía, Guaviare, Vichada, Vaupés, Guajira y Magdalena, que facilitarán la navegación en ríos vitales, como el Magdalena, Cauca, Atrato, Guaviare, Putumayo, Sinú, Casanare, Caquetá, Vaupés y Orinoco, con la pretensión de alivianar las condiciones de vida de las poblaciones ribereñas.
La operatividad de estas obras esenciales, a entregarse el próximo año, beneficiarán a millones de personas, entre habitantes, viajeros y prestadores de servicios turísticos. El turismo verde, en esta época pospandémica, ha sido la pieza fundamental en el escenario de la reactivación, al convertirse en fuente de progreso, en la medida en que dinamiza la actividad en su cadena de valor, integrada por múltiples sectores económicos, favorecidos con sus efectos directos e indirectos.
En un variopinto territorio, como el nuestro, el más biodiverso por kilómetro cuadrado en el mundo, pero, también, el segundo más desigual del planeta, el sector turístico dispone de envidiable potencial para aportar a la transformación productiva de las economías locales, bajo la etiqueta de una novedosa gama de productos sostenibles que catalice el progreso inclusivo de las comunidades y el manejo responsable del medio ambiente.
El turismo revela cifras optimistas en el país y, a mediano plazo, debería convertirse en un eslabón neurálgico para la transición de la economía fósil. De apostársele al desarrollo sostenible del sector, su rol en la reconstrucción social, económica y cultural de las regiones olvidadas, o violentadas por los grupos armados, será determinante. Junto con infraestructura y paz, es uno de los tres pilares del futuro de la economía nacional. Y si es verde, con más razón, porque, al fin y al cabo, simboliza el color de la esperanza.
En el sector: Hoy, en la mañana, se inaugura en Bogotá la Vitrina Turística de Anato, la exposición comercial más importante del turismo colombiano y una de las más reconocidas de Latinoamérica. El evento se llevará a cabo en Corferias, tendrá tres días de duración y acogerá a cerca de mil expositores de ventiún países participantes, que ofrecerán las más novedosas ofertas turísticas del portafolio mundial. Puerto Rico es el país invitado de honor y Nariño el departamento que llevará la batuta de la representación turística colombiana.