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El cambio en las reglas de juego comienza a sentirse en diversos frentes de la administración de Bogotá.
Ya no habrá metro subterráneo sino elevado, no se reabrirá el San Juan de Dios sino que se construirán hospitales alternos, revivirá la Avenida Longitudinal de Oriente, se eliminará la recolección de las basuras por parte del Acueducto, se enterrará la propuesta de renovación urbanística que le apostaba a la verticalidad de la capital y por dudas en el proceso se acaba de suspender la licitación de la troncal de Transmilenio por la Boyacá.
El alcalde Peñalosa asume la responsabilidad de imponer un nuevo modelo de ciudad y deberá emprender una compleja labor para llevar por buenos vientos las expectativas creadas entre los bogotanos. Cuenta, eso sí, con la colaboración del Gobierno Nacional y con algunos recursos económicos —de algo servirá la venta de Isagén— que habrá de canalizar a su favor el vicepresidente Vargas Lleras, cuyas pretensiones presidenciales necesitarán de un último empujón.
Son numerosos los cambios y las obras prometidas en todos los frentes, incluso en el turístico. Cabe advertir que durante su posesión Enrique Peñalosa hizo cuatro referencias al turismo, lo que representa un logro para este sector económico que siempre pasa de agache dentro del discurso oficial. Contrario a la mayor parte de sus antecesores, el nuevo burgomaestre visualizó a la ciudad como un atractivo para residentes y visitantes y como parte de su estrategia esbozó lo que denominó su proyecto crucial, que consistirá en la creación de un inmenso corredor ambiental de más de 200 kilómetros que rodearía a la capital de oriente a occidente.
El proyecto resulta de enorme envergadura y su ejecución no solo exigirá de millonarias inversiones sino que caminará por terrenos movedizos bajo la presión y la inquisitiva mirada de los activistas ambientales, atentos a las eventuales deformaciones que pueda ocasionar la anunciada intervención del río Bogotá y a las afectaciones sobre la reserva forestal Van der Hammen, el bosque urbano más grande de Latinoamérica, hoy bajo control de la CAR y que simboliza uno de los mayores logros de gestión del exalcalde Petro.
El circuito ambiental constará de senderos ecológicos y panorámicos en las faldas de los cerros y de parques lineales y de malecones arborizados por las riberas del río, entrelazados con edificios de vivienda, restaurantes y cafés. Atractiva propuesta para el turismo pero con ciertos visos de riesgo para la seguridad de los ecosistemas.
Será una obra que exigirá de cálculo político, pulso gerencial y continuidad en el tiempo porque sus dimensiones y el estado de finanzas de la ciudad y del país muy seguramente no permitirán terminarla en los próximos cuatro años. Requerirá de una próxima administración dispuesta a culminarla, y ahí radica un problema serio. Es costumbre de cada alcalde hacer borrón y cuenta nueva para evitar que sus antecesores hagan tránsito a la historia cabalgando sobre los éxitos de sus logros.
Y el alcalde Peñalosa bastante fresco lo tiene. Fue durante su primera administración cuando se construyó el Eje Ambiental de la Jiménez, diseñado por Rogelio Salmona y Luis Kopec, una de las propuestas urbanas más trascendentes de la ciudad para la recuperación del espacio público. Este sendero peatonal terminó como un proyecto mediano e inconcluso, olvidado tras la llegada de su sucesor y de la carambola de burgomaestres de la izquierda. El intento poco contribuyó a la redención y embellecimiento del centro histórico y al disfrute ciudadano. Al contrario, quedó convertido en una ruta más de Transmilenio y en un descuidado basurero.
Solo habrá que esperar que al circuito ambiental de esta repitente administración que ya tiene en alerta a sus contradictores –en una ciudad en donde el medio ambiente no tiene espacio para el turismo- pueda abrirse camino responsablemente sin que le caiga ni el mal de ojo ni mucho menos aquel del eje.
gsilvarivas@gmail.com
@GSilvar5
