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El turismo promueve el disfrute responsable del tiempo libre en actividades lúdicas y como industria se ha regulado con el propósito de encauzarlo como instrumento de paz y de mejoramiento de calidad de vida. Se rige por un Código de Ética en el que se rechaza la explotación humana en cualquiera de sus formas, pues esta práctica atenta contra sus objetivos y su esencia.
Según el BID, la explotación sexual, laboral y la que se hace con otros fines como esclavitud o extracción de órganos se ha convertido en un excelente negocio mundial, que en términos de lucro solo es superado por los tráficos de drogas y armas, y deja en las arcas de los abusadores utilidades cercanas a los US$32 mil millones.
En el planeta más de un millón de menores de edad son víctimas de explotación sexual, y dentro del reparto la Unicef le pone a Colombia una cuota superior a los 35 mil casos. La explotación infantil en Latinoamérica, la región más frágil para la comisión del delito, victimiza a 550 mil menores, con una caja de utilidades que supera los US$16 mil millones, la mitad del total global.
Pese a los compromisos universales para combatir el flagelo, el turismo es utilizado y aprovechado por los explotadores sexuales, cada vez en proporciones más escandalosas. De los 900 millones de turistas que viajan por el mundo, la Organización Internacional de Migraciones calcula que un 20% busca aventuras de sexo y cerca del 4% tiene marcada inclinación pedófila, comportamiento que orienta su objetivo hacia niños, niñas y adolescentes.
Sin duda, evidentes ventajas y relativos amparos que conceden ciertos países son los que terminan siendo el campo abonado para facilitar el delito. La pobreza del lugar, la debilidad de las instituciones, la corrupción de las autoridades y las facilidades que se dan para traspasar las fronteras y escapar de la justicia, se suman al poder económico del abusador, a la clandestinidad, al anonimato que en lugar extraño desinhibe de preceptos morales y a la sensación de libertad que estimula la ausencia del entorno familiar y social.
En Colombia, donde hay penas endurecidas contra los traficantes, los operadores turísticos no comercializan turismo sexual pero cierta responsabilidad les cabe a determinadas empresas hoteleras y clubes nocturnos que guardan complicidad y silencio frente al turista que se acompaña de menores. Costa Rica, uno de los países más afectados de la región, proyecta que el 80% de los ilícitos son cometidos por viajeros norteamericanos, quienes ven a sus niños como un producto exótico proveniente de su patio trasero.
gsilvarivas@gmail.com
