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Notas al vuelo

El pequeño gigante

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Gonzalo Silva Rivas
16 de noviembre de 2022 - 05:01 a. m.
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Catar, la polémica sede del mundial de fútbol, donde se pondrá a rodar el balón dentro de cuatro días, no solamente rompe el esquema con el que tradicionalmente se realizaba esta competición deportiva, sino que corona el salto de una agresiva campaña turística que adelantó durante una década en los continentes vecinos para mejorar su imagen, salpicada por las constantes violaciones en materia de derechos laborales, y, de paso, para promocionarse como lo que es, un país opulento, bañado en dólares, multicultural, conservador, restrictivo en asuntos políticos, sociales y culturales, y poseedor de la renta per cápita más alta del planeta, un milagro alcanzado medio siglo después de haber sido un humilde protectorado productor de perlas.

Varios sellos distintivos lo caracterizan en el marco de este evento deportivo. Resultó escogido por el Comité Directivo de la FIFA, derrotando las aspiraciones de Estados Unidos y el Reino Unido, sin tener tradición futbolística ni clasificar, jamás, a un torneo de la categoría y tras ofrecer un inusual calendario para realizarlo, ajeno al verano boreal de los mundiales anteriores. Y, en contravía de una norma de la Federación, que exige un mínimo de doce instalaciones deportivas, prometió solo ocho estadios, todos concentrados en un radio de 55 km de distancia, entre Doha y cuatro ciudades satélites, que conforman una limitada área geográfica que, en la práctica, pareciera trazar los límites de una misma metrópoli.

Su controvertida e inesperada designación derivó en acusaciones contra la cúpula de la Federación por presuntos sobornos, y en una imputación de cargos por recepción de pagos a tres directivos, formulada por las autoridades estadounidenses. Empero, los escándalos internacionales siguieron persiguiendo a la monarquía catarí, tras denunciarse las prácticas restrictivas y el trato inhumano al que eran sometidos los obreros inmigrantes, encargados de poner en marcha el descomunal frente de obras requerido para construir en tiempo récord la futurista ciudad, que incluía un metro, otro aeropuerto, estadios, carreteras, parques, hoteles y establecimientos de comercio. Investigaciones denunciaron que los trabajadores eran víctimas de castigos físicos y deducciones salariales ilegales, y que miles de ellos murieron debido a jornadas extenuantes de trabajo, bajo un clima inclemente que llegaba hasta los 45 grados.

La golpeada reputación de Catar como un anfitrión deportivo creíble, transparente y laboralmente responsable, obligó al gobierno, liderado por el emir Sheikh Tamim bin Al Thani, uno de los hombres ricos y poderosos del planeta, con una fortuna de US$1,2 mil millones, a moverse estratégicamente para sortear ese camino de espinas, subordinado al escrutinio internacional. Emprendió, entonces, una ambiciosa campaña de promoción, a través de la aerolínea Qatar Airways, la mejor del mundo en los World Airline Awards, con cobertura de servicios a 133 destinos, y de una eficiente oficina de relaciones públicas en Ginebra, Suiza, sede de más de 250 organizaciones no gubernamentales.

La gestión permitió aquietar tempestades e impulsar una propuesta turística dirigida a crear una nueva marca país, potenciada a partir del evento deportivo, para el que se espera la llegada de 1,4 millones de turistas, cifra equivalente a la mitad de su población, de 2,8 millones de habitantes, tan solo una tercera parte mujeres, y compuesta en 80% por trabajadores foráneos. Con este certamen de proyección mediática busca abonar el camino hacia la meta de recibir un promedio de seis millones de visitantes anuales entre 2023 y 2030.

Catar, afincada en una pequeña península en el Golfo Pérsico y tan grande como la caribeña isla de Jamaica, se ubica en los sótanos de las escalas medias como receptor mundial, casilla 89, y recoge del sector el 8% del PIB. Agrupa 27 islas en mar abierto, pero es un país urbano, extendido en el desierto, que dejó atrás una economía débil y precaria, dependiente del pastoreo, la pesca y la recolección de perlas. A mediados del siglo XX, con el descubrimiento de grandes yacimientos de petróleo y gas, su historia empezó a girar y, desde 1971, cuando se despojó del protectorado británico, inició el tránsito para convertirse en la nación más rica del mundo, pero no, así, en la más feliz ni en la más equitativa.

La controvertida sede del Mundial pasa por una etapa de extraordinario crecimiento en infraestructura, cuenta con envidiables recursos económicos y se posiciona como un destino turístico ostentoso y vibrante, que puede recorrerse en pocos días. Sin embargo, guarda un marcado contraste, entre una minoría que vive de la demostración del derroche, en forma extraordinaria, y una mayoría formada por inmigrantes, excluida, temerosa y centrada en el mundo del trabajo bajo escandalosas condiciones.

En Catar, este pequeño gigante de aspecto futurista y lujoso al extremo, donde conviven en doloroso concubinato la exuberancia económica y la desigualdad social, se empezará a rodar el balón del más popular de los deportes. Durante un mes dispondrá de un efectivo altavoz mediático que, literalmente, le caerá de perlas, porque le permitirá camuflar la imagen de un régimen que genera dudas por la sistemática violación de los patrones de convivencia y de los derechos humanos.

En el sector. Doha, la capital de Catar y su principal centro económico, es una ciudad con un vasto legado histórico, que combina facetas antiguas y modernas y avanza a gran velocidad en su proceso de renovación. Concentra el 80% de la población total. Sus callejuelas, colmadas de tiendas de ropa y comercio tradicional, se han ido transformando gracias a los numerosos rascacielos construidos en los últimos años, algunos con ocasión del certamen mundial. El edificio más famoso, el Burj Qatar, también, conocido como la Doha Tower, tiene 238 metros. La Aspire Tower, con su bello restaurante giratorio, se eleva a 300 metros. La espectacularidad de la capital catarí es la principal referencia de este país de clima subtropical, que poco sabe de fútbol, pero sí de cetrería y de carreras de camellos, sus deportes nacionales.

gsilvarivas@gmail.com

@gsilvar5

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