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Engalanado

Gonzalo Silva Rivas

22 de mayo de 2012 - 06:00 p. m.

Finalmente quedó oficializado el cambio de nombre del aeropuerto de Bogotá con la sanción del presidente Santos de la Ley 1529, aprobada por el Congreso.

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El terminal fue bautizado como Aeropuerto Internacional Eldorado Luis Carlos Galán Sarmiento, decisión que pone punto final a cuatro años de discusión sobre el tema y a otra ley inoperante que hace dos años le otorgó con carácter exclusivo el epónimo del inmolado líder liberal.

Desde 2010 el aeropuerto debía referirse con el nombre del ex ministro de Educación en razón a un proyecto acogido en 2009 que borró la denominación de Eldorado, y tuvo respaldo de la Corte ante objeciones de inconveniencia e inconstitucionalidad formuladas por el presidente Uribe. La Aerocivil, empero, nunca le dio cumplimiento. El mismo año, para enmendar el error, se presentó la iniciativa acabada de sancionar que revivió el nombre de Eldorado y en solución salomónica anexó el de Galán.

La nueva ley minimiza los costos económicos que comprometía la absurda eliminación del término Eldorado y que obligaba a introducir enmiendas en sistemas de cómputo y normas internacionales de información aérea; exigía cambios de nomenclaturas, cartografía y señalizaciones; inducía a equívocos aéreos, y generaba confusión en las publicaciones turísticas. Como quedaron las cosas, no habrá mayores modificaciones técnicas, las aproximaciones seguirán identificadas con las siglas EDR de Eldorado, y los gastos se reflejarán en papelería y asuntos comerciales y administrativos.

Fueron cuatro años de estériles debates legislativos con precarios resultados. Adornar un nombre con valor de marca, reconocido universalmente, apegado al patrimonio histórico y que registra como aeropuerto dos millones de referencias en la web. Dedicación inmerecida para otros asuntos que contribuirían al eficiente funcionamiento de la Aerocivil y de la aviación nacional, como transformar la naturaleza jurídica de la entidad para darle autonomía; fijar un marco legal que evite que el Reglamento Aéreo sea coto de caza de intereses personales de sus directores, o sacar del limbo en el que reposa en el Senado el proyecto que unifica la normatividad aeroportuaria.

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Con la ley, el recuerdo de Galán, cuyo legado ha sido negado motivo de inspiración de los legisladores, no trascenderá más allá de ver su nombre esculpido en la fachada del terminal. Solo cabe esperar que para 2014, tras la transformación millonaria a la que se le somete, lo que nos entregue Opain sea, eso sí, un aeropuerto bien engalanado.

gsilvarivas@gmail.com
 

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