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Gonzalo Silva Rivas
14 de mayo de 2014 - 05:06 a. m.
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Los índices de ocupación hotelera continúan generándole preocupación a buena parte de los empresarios del sector, al menos a los agremiados en Cotelco, que se lamentan por las cifras poco alentadoras que registran sus balances desde hace varios años.

Según las cuentas, en los últimos doce meses –e incluso más atrás- el promedio de ocupación bordea el 54 por ciento, lejos de algunos prósperos tiempos en los que se marcaban cifras superiores al 60 e incluso al 70 por ciento.

Claro está que se trataba de otras épocas, cuando la oferta habitacional era mínima, casi precaria pero suficiente para las necesidades de entonces. El país, que pintaba con lujo en el escenario turístico latinoamericano, sucumbió en los años noventas por sus desbordados conflictos internos, y terminó aislado, fuera del foco de interés del turismo extranjero, y alimentado por la frágil dinámica del viajero doméstico.

Pero las cosas cambiaron desde 2003, consecuencia de la mejoría del orden público, el crecimiento económico y los beneficios fiscales que han incentivado la inversión extranjera. El país se acomodó acertadamente dentro del boom hotelero que se regó por Latinoamérica y el Caribe y posicionó a toda la región como competitivo mercado mundial, especialmente en la promoción de propuestas de cuatro y cinco estrellas.

Las preferencias fiscales abonaron el campo para el ingreso de grandes capitales a la hotelería, situación inmejorable que se refleja en el crecimiento acelerado del sector. Una suma superior a los USD2.000 millones se ha invertido desde entonces en la remodelación y construcción de más de 30 mil habitaciones, gracias al ingreso al país de prestigiosas marcas hoteleras que tiraron los dados y abrieron la competencia.

La avalancha hotelera –que, sin duda, seguirá hasta 2017 cuando cese el incentivo al impuesto a la renta- cuenta con altos estándares y no debería ser obstáculo ni factor de crisis sino un paso necesario para impulsar novedosas estrategias que permitan atraer turistas con el propósito de contrarrestar los inciertos niveles de ocupación. Las condiciones actuales del país, sumadas a la infraestructura que destaca al sector y a los avances en conectividad aérea, constituyen potencial favorable para promover productos turísticos de calidad, como la realización de eventos y convenciones, un segmento codiciado en el mundo por su alta generación de divisas.

De la mano del segmento de negocios, Colombia comienza a reposicionarse en el mapa turístico, y gracias a ello consolida una imagen internacional que le permitirá, ojalá en poco tiempo, generar confianza y ofrecerse como un destino calificado en otros frentes, siempre y cuando se sumen esfuerzos, planeación y recursos. El país debe aprovechar su estratégica posición geográfica, sus numerosos atractivos y su proyección económica a mediano plazo para posicionarse en el portafolio global del turismo, del que salimos por más de una década. Suficiente es el espacio para crecer.

gsilvarivas@gmail.com

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