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Obtener el promedio de ocupación hotelera es una operación matemática simple.
Se suman los porcentajes individuales de ocupación, y el total obtenido se divide por el número de negocios que conforman la muestra. Pero este punto medio aritmético sugiere un resultado que a la postre tiende a ser engañoso por cuanto no deja ver los extremos y, en consecuencia, oculta los desequilibrios. Pasa por alto las diferencias que se registran entre las regiones, a las que coloca, sin excepción, dentro del mismo nivel.
La hotelería colombiana ha tenido en los últimos años promedios de ocupación estables, pero moderados, podríamos decir que flojos. Oscilan entre el 50% y el 55%. En el primer semestre de 2014, según un reciente informe de Cotelco sobre indicadores hoteleros, el porcentaje de ocupación acumulado llegó al 51.44%, 0.92% menos que el alcanzado en el período equivalente de 2013. Además de bajo, dicho porcentaje genera una percepción irreal, ya que no refleja el verdadero panorama de muchas regiones, que se encuentran lejos, bastante lejos de dicha media.
De veintitrés entes territoriales relacionados en la muestra, solamente seis rebosaron el 51.44%. Los restantes diecisiete rondan por los sótanos de las estadísticas, algunos de ellos en franca caída. La desigualdad de la ocupación hotelera constituye una copia al carbón de la fotografía sobre el desarrollo turístico regional.
San Andrés, pese a su crisis social, económica y política, tiene el mejor comportamiento nacional con una ocupación del 83.6%. Le sigue Cesar, con 60.4%. Atlántico, Antioquia y Bogotá comparten el 57%, y Cartagena cierra el pelotón de punta con 52.7%. Salvo el bienvenido caso del Cesar, los demás son los destinos mejor promocionados del país, con mayores márgenes de conectividad aérea y terrestre, y donde más se ha hecho sentir el músculo inversionista hotelero que llegó a Colombia en los comienzos de este siglo.
De acá para abajo, buena parte de nuestras principales regiones turísticas no pasa por su mejor momento. Sorprendentemente el Huila, que cuenta con el maravilloso desierto de la Tatacoa y el Parque de San Agustín, el mayor testimonio arqueológico colombiano, carga a rastras el farolito, con venta de habitaciones del 31%. Norte de Santander y Cauca le superan por escaso margen, mientras que Quindío, Cundinamarca, Caquetá y Boyacá no llegan el 40% de ocupación. Santander, Valle, Sucre, Nariño, Tolima, Risaralda, Meta, Caldas y Magdalena, apenas se mueven entre el 40% y el 47%.
Ni la ocupación ni los ingresos hoteleros se distribuyen equitativamente en el país y son varias las causas del problema. Desde precaria conectividad hasta falta de productos turísticos regionales competitivos, pasando por débil infraestructura, escasa capacitación del personal y bajo nivel de conciencia turística de gran parte de alcaldes y gobernadores. En el caso de la hotelería, la informalidad es un factor altamente detonante.
El Gobierno Nacional -con el compromiso de las autoridades locales- está en mora de trazar campañas focalizadas por destinos y productos para rescatar el patrimonio turístico de los departamentos, y obviamente para mejorar y equilibrar sus flujos de visitantes. Si no se adoptan planes de choque para el sector, incluso cualquier moderado promedio de ocupación hotelera será un simple espejismo para la mayoría de nuestras bien rezagadas regiones.
gsilvarivas@gmail.com
