La obsesión de la humanidad por eliminar las barreras que le permitan conquistar el tiempo y el espacio se ve reflejada en la construcción de grandes aeronaves y cohetes interplanetarios pero también en sencillos aparatos domésticos.
Su último anticipo revolucionará el mundo y nos sumirá en una cotidianidad que no parece resultar lejana. La de acostumbrarnos a ver pasar oleadas de máquinas voladoras cruzando sobre nuestras cabezas.
La aparición de los drones y -junto a ellos- de una industria que despega el vuelo, agarrada de su mano, elevándose hacia un indescifrable horizonte de progresos tecnológicos y de desafíos legales, transformará innumerables actividades industriales, comerciales y sociales. Estos robots aéreos pilotados a distancia dejarán de ser un exclusivo y placentero pasatiempo recreativo y una peligrosa herramienta militar, para convertirse en un puntal de desarrollo.
Su variedad de tamaños, características, usos y costos les permiten suplir infinidad de funciones, con impactantes resultados en labores que exigen esfuerzos superiores e imposibles para la capacidad humana y, de paso, les abren los ojos a los fabricantes civiles que ven en perspectiva una bolsa de ganancias multimillonarias.
El precipitado avance tecnológico por el que andan, multiplican sus posibilidades de convertirse en un instrumento de primera mano para sinnúmero de aplicaciones. Sectores como la agricultura, la minería, la construcción, la ciencia o la tecnología se apoyan en ellos para la toma de imágenes e información de precisión detallada. El turismo, el periodismo y el arte del cine los comienzan a emplear para ampliar su cobertura noticiosa y visual. Y labores de mantenimiento, vigilancia, riesgo y rescate los encuentran como excepcionales aliados para sortear accesos difíciles y problemas de seguridad pero también para cumplir determinantes acciones de emergencia y reconocimiento.
La Aeronáutica Civil acaba de expedir una circular para regular su operación, legalizándolas como aeronaves pilotadas a distancia, que deberán cumplir algunos elementales requisitos, con el propósito de garantizar sus mejores niveles de seguridad. Colombia se suma, entonces, a la limitada cadena de naciones que poco a poco, con disposiciones restrictivas y tímidas, introducen los servicios de estos aparatos dentro de sus marcos legales.
Hoy en día existen más de 70 países en los que se utilizan vehículos aéreos no tripulados para fines profesionales específicos, y funcionan cerca de 2.500 empresas fabricantes, surgidas en los últimos tres años, que en el campo civil buscan competirle hombro a hombro al sector militar, donde los drones son estratégica arma contra el terrorismo, y por consiguiente un jugoso negocio. Las fuerzas armadas y los servicios de inteligencia estadounidenses los emplearon en los polémicos pero efectivos operativos de reconocimiento y ataque contra blancos humanos durante las recientes guerras desatadas en Afganistán e Irak.
La presurosa expansión de la industria de los robots voladores en actividades domésticas y el sector del comercio, en el que el transporte de mercancías será una opción priorizada, dado el enorme potencial que presagia su cobertura, levanta desde ya temores, y la voz de los defensores de los derechos humanos y civiles. La atmósfera se llena de advertencias sobre las consecuencias que una inminente invasión de estos aparatos tendría en la privacidad de la gente e incluso en su seguridad, de ser utilizados no solo en labores de vigilancia militar, sino con fines delincuenciales, en beneficio del crimen organizado, el tráfico de drogas, el espionaje y el uso ilegal de información.
Lo cierto es que mientras en ciertos lugares, como Australia, Japón y Reino Unido, estos aparatos comienzan a integrarse al paisaje para transformar empresas y reducir costos, en la mayoría aún se debate sobre su eventual autorización para uso comercial. Estados Unidos, el mayor productor mundial, y donde existen prohibiciones para este propósito, revisa un régimen que fijará sus reglas a la tenencia y uso de estos dispositivos, sopesando su sorprendente proyección futura, su masificación y sus efectos sobre la sociedad.
Las aeronaves no tripuladas son una realidad inevitable y pronto entrarán a formar parte del diario decorado. Sus ojos voladores están puestos sobre la humanidad. La burbuja crece dentro de un entorno semivacío en el terreno ético y legal, desatando profunda desconfianza frente a su amenaza de convertirse en el Gran Hermano global. La regulación apenas prende motores y se debate entre la simplicidad de las normas y el impacto transformador que aquellas tendrán en la vida cotidiana. Los drones incursionan en el futuro, mientras la legislación se atasca en el presente.
gsilvarivas@gmail.com