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Es amplia la baraja de países en la que el turismo ejerce un papel estratégico, fundamental para el crecimiento económico y la promoción del desarrollo. A destinos suficientemente reconocidos por la fortaleza que presenta el desenvolvimiento de esta actividad, se suman diversos Estados que en gran medida dependen del sector terciario, pero han decidido replantear y fortalecer sus modelos turísticos como instrumento de crecimiento económico.
La industria de los viajes y el turismo comparte ranking preferencial con las de mayor facturación a nivel mundial, planteando un escenario ferozmente competitivo por la conquista de mercados y el incremento en la llegada de visitantes. Tras la pandemia, la rápida recuperación del sector ha tenido positivo impacto en la salud económica de los destinos, contribuyendo a la redención de un gran listado de economías nacionales, algunas visiblemente afectadas por la crisis sanitaria. Siendo así, que en los países en los que el turismo representa un mayor porcentaje del PIB la recuperación ha sido más rápida que en aquellos en los que la actividad resulta menos significativa.
Al ritmo en el que sector retoma las cifras de afluencia de 2019 -ya superadas en algunas regiones, consolida su influencia en la economía mundial, con una participación del 10,2 %. Un indicador importante es su aporte en la tasa de empleo. Su aportación del 10,3 %, significa que uno de cada 10 trabajadores en el planeta se desempeña en trabajos relacionados con la industria. Se estima que, al finalizar el año, su contribución al PIB global estará promediando en US$11,1 billones, lo que, a juicio del Consejo Mundial de Viajes y Turismo (WTTC), constituirá un hito para el sector.
En Estados industrializados como Francia, España, Italia, Estados Unidos y China el turismo ejerce como pilar fundamental de su sostenibilidad económica y social, pese a la inquietud que se despierta en torno a los efectos medioambientales y de masificación turística. En Europa, el proceso de integración regional, sumado a la modificación de las condiciones socioeconómicas de la población, así como a la existencia de una apropiada red de infraestructura turística y de transporte, estimulan el incremento de los flujos turísticos, con una derrama económica que, hoy en día, representa el 10 por ciento del Producto Interno Bruto de la Unión.
La apuesta del turismo como fuente económica ha sido casada por países del tercer mundo, a través de decisiones políticas e implementación de estrategias de desarrollo que han sido determinantes como herramientas de competitividad y equidad social. Tailandia, Costa Rica, Marruecos, Vietnam y Kenia, poseedores de una rica biodiversidad y de propuestas innovadoras, buscan encadenar sus economías al turismo, como lo han hecho otros destinos dependientes de esta actividad. Es el caso de las islas caribeñas y pequeñas naciones, como Malta, Croacia e Islandia, esta última receptora de un volumen de visitantes que, anualmente, duplica el total de su población.
El turismo ha pasado a ser el medio más efectivo para contribuir en los procesos de disminución de la pobreza, particularmente en las áreas rurales o deprimidas. Las comunidades dedicadas a la actividad abren espacios para visibilizarse e incursionar dentro de la esfera de los inversionistas, públicos o privados, ampliando las posibilidades de mejorar sus condiciones en infraestructura, redes viales y servicios básicos esenciales, con evidentes beneficios para los residentes locales en aspectos de bienestar y calidad de vida.
La industria de los viajes y el turismo no solo genera ingresos de divisas, puestos de trabajo y desarrollo de infraestructuras comunitarias y turísticas, sino que favorece la conservación del patrimonio histórico, cultural y natural; la conformación de emprendimientos empresariales y la diversificación económica, reduciendo la dependencia de sectores específicos, como la minería, un tema del actual Gobierno. El crecimiento sostenible de la actividad contribuye al progreso de las comunidades locales y al crecimiento integral de los países.
Para hacer del sector un potenciador de la economía e integrarlo a las grandes ligas se requiere, además de canalizarlo como estrategia de desarrollo, cumplir exigentes contextos de seguridad, infraestructura, accesibilidad, estabilidad política y percepción externa. Condiciones que Colombia, el País de la Belleza, está, aún, lejos de hacer realidad. Rodeados de tantas limitaciones se necesitará tiempo, inversiones, esfuerzos continuos y voluntad política para lograr el objetivo de aumentar nuestro estatus en el turismo internacional, sin que se nos siga mirando, con cierta suspicacia, como el patito feo de la región.
En el sector 1: La reciente suspensión temporal de las operaciones nocturnas en el aeropuerto de San Andrés, consecuencia de fallas técnicas en el sistema de iluminación de la pista, con afectación a pasajeros y aerolíneas, no solo agudiza el bajón turístico que padece la isla, precisamente, por su limitada conectividad con el resto del país, sino que enciende las alarmas sobre los riesgos de seguridad que denuncian los sindicatos, con poca repercusión en los altos mandos de la entidad. Mientras persistan los problemas de equipos inoperantes, sistemas de comunicación y navegación deficientes y radares con fallas de cobertura y se mantenga el corto circuito en las relaciones entre directivas y trabajadores de la Aerocivil, subsiste el riesgo de una descarga que haga explotar la seguridad aérea.
En el sector 2: Durante la actual temporada vacacional se movilizarán cerca de 5,8 millones de pasajeros en vuelos nacionales, según Anato, cifra que representa un incremento del 10 %, con respecto a 2023. El alza se explica, en buena parte, por un aumento del 20% en las frecuencias semanales directas a nivel regional. Pese al buen desempeño, el mejor año para el transporte aéreo nacional, hasta ahora, sigue siendo 2022, según la Asociación.
