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Aunque el presidente Iván Duque no logró coronarse en la historia del país como el más viajero de nuestros mandatarios, tampoco fue ajeno a esa fiebre peregrina que tuvieron sus tres últimos antecesores, quienes les abrieron pista a las giras presidenciales, bajo el supuesto argumento de fortalecer la política internacional, atraer inversionistas y diversificar mercados para la exportación de productos nacionales.
En sus cuatro años de gobierno, el jefe del Estado se abrochó el cinturón de seguridad, colocó en posición vertical el respaldo del asiento y plegó su mesita adjunta, durante el medio centenar de decolajes que realizó el avión presidencial en viajes hacia el exterior. Ante la falta de justificación de algunos de ellos y el desconocimiento de sus beneficios, la historia nos dirá si los $4 mil millones del erario que se utilizaron para financiar este cruce de rutas sumaron mucho más que millas.
Fue la suya una agitada agenda allende las fronteras que, incluso, le valieron ofensivas críticas de su propia copartidaria, la malqueriente senadora María Fernanda Cabal, quien, en audio filtrado y con su habitual desatino idiomático, ilustró a los colombianos acerca de que nuestro bien alimentado gobernante se la pasaba “viajando por el mundo”, en tanto el país se volvía, algo así, como una letrina.
Desde que asumió el cargo, el presidente permaneció cerca de medio año sin dormir en la Casa de Nariño. Lo hizo a bordo del avión, en hoteles o embajadas. Completó casi 160 días por fuera, en desarrollo de visitas oficiales que lo aterrizaron en cuatro decenas de ciudades, desde la peruana Pucallpa hasta Shanghai, pasando por Panamá, Los Ángeles, Canes, Santiago de Compostela, Zurich y Seúl. Y las programó, como sus antecesores. En compañía de abultadas comitivas, integradas por privilegiados “cacaos” de influyentes grupos económicos, funcionarios consentidos del mandatario, periodistas de medios seleccionados que sirven de megáfono, y los infaltables amigos y familiares que, pese a ser particulares, gozan de los beneficios de un bien público.
Duque hizo el primer viaje, aún sin desempacar maletas en la casa de presidencial, seis días después de su posesión. Tomó rumbo hacia Asunción, la capital paraguaya, y recién desempacadas, al mes siguiente, se desplazó a Panamá y Nueva York. Pero su reciente despedida del Despacho resultó más sobresaltada. En los dos últimos meses, ya con el trasteo encima, voló por el Reino Unido, Turquía, Suiza y Estados Unidos, país que repitió un par veces, en medio del intenso ajetreo que lo mantuvo quince días, de treinta, por fuera de Colombia.
En 2020, el año en que se vivió el fragor de la pandemia, la crisis turística y aérea, y se cerraron las fronteras geográficas en el planeta, realizó seis correrías a lo largo de cinco países latinoamericanos, Estados Unidos y Suiza, con paradas en Davos, Berna y Zurich. La mayor parte de las excursiones, cerca de una veintena, las realizó el año pasado. Entre ellas dos de las más costosas: en septiembre, en Nueva York, con motivo de la Asamblea General de la ONU, por $302 millones; y en noviembre, en el Reino Unido (Edimburgo y Glasgow), que facturó 319 millones. El desplazamiento más caro, $338 millones, lo cumplió en 2019, durante su visita a Londres, Ginebra, Berna, Paris y Canes.
Algunos viajes levantaron suspicacia y cierta polvareda, como el raudo paso por Canes, la joya de la corona en la Costa Azul; el vuelo a la Santa Sede, en octubre de 2018, en compañía de sus hijos, su suegra, sus hermanos y las esposas de los entonces canciller y secretario privado; y su visita a Dubái, Emiratos Árabes, en noviembre último, donde se precipitó una ronda de negociaciones para la firma de un tratado de libre comercio, del interés de algunos grupos de poder, pese a su promesa de campaña de no firmar nuevos TLC.
El destino internacional preferido por el presidente Duque fue Washington, la influyente capital estadounidense, ciudad que repitió una decena de veces, las dos recientes en visitas protocolarias. Una, para recibir un premio otorgado por el Wilson Center; y otra, para el lanzamiento de un libro conmemorativo de los 200 años de las relaciones diplomáticas entre los dos países. De ahí surgieron rumores de que el mandatario busca ser considerado para presidir el Banco Interamericano de Desarrollo o dirigir la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur), como reconocimiento a sus políticas de protección a los migrantes venezolanos.
En los foros y encuentros internacionales, el jefe de Estado describió maravillas de su gestión, y no vaciló en asegurar que de haberse podido presentar en la pasada campaña electoral, habría sido reelegido. Sin embargo, los resultados de su administración no fueron como lo mostró en el exterior.
Mientras concedió exenciones tributarias por más $80 billones anuales, la deuda externa se trepó del 20% al 30%; la informalidad laboral alcanzó el 60% de los trabajadores; el proceso de paz se fracturó; aumentó el asesinato de líderes ambientales, en tanto que el avión presidencial contribuía a la contaminación, y la corrupción afloró al vaivén de amigos y aduladores, que lo hicieron guardar silencio frente a la pérdida de $70.000 mil millones del MinTic, presupuestados para llevar internet a colegios públicos de zonas rurales, y de $500.000 millones robados de las regalías para la paz con destino a los 170 municipios más atormentados por la pobreza y la guerra.
El presidente Duque termina su controvertido cuatrienio con el cinturón abrochado, mirando por la ventanilla del avión presidencial este sobresaltado país, que, bajo su pilotaje, pareciera haberse vuelto chicuca, para no utilizar el término escatológico que le enrostró su elocuente copartidaria, Cabal. Y a cuatro días de su despedida, desde esa casa en el aire en la que convirtió al Palacio de Nariño, sigue en las nubes, mientras sueña fantasías e intenta hacérnoslas creer.
En el sector. El colega y empresario, Iván Restrepo, en su habitual columna de El Quindiano, advierte sobre el clima de inconformidad y confusión que se ha desatado en el entorno del Paisaje Cultural Cafetero, ante el tránsito y la precipitada sanción presidencial del proyecto de Ley, que adiciona 35 municipios del Huila, al conjunto de los 47 que actualmente forman parte del PCCC. Los municipios que integran este atractivo, reconocido internacionalmente, deben compartir diez y seis atributos comunes. ¿Será que los nuevos los cumplen?
