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No deja de sorprender que siendo Buenaventura el puerto marítimo más importante del país, incluso, uno de los más sofisticados de América Latina, arrastre tanta inequidad social, con una comunidad cada vez más fracturada ante el histórico abandono al que ha sido sometida por parte del Estado. Alrededor de las excesivas inversiones que mueve su pujante actividad portuaria, un profundo drama envuelve a su población, sumida en la escasez de oportunidades y de empleo, con precaria calidad de vida y sometida a una rampante y creciente inseguridad. Se alista allí un caldero, no lejos de estallar sí, definitivamente, no se le coloca dentro de las consideraciones prioritarias de la agenda oficial.
Buenaventura sufre décadas de promesas incumplidas, rebotadas entre gobierno y gobierno, que han multiplicado sus problemas sociales y económicos. De aquel apacible caserío de agricultores, pescadores y mineros artesanales que existía hace poco más de medio siglo, no queda sombra alguna. Cuantifica, ahora, elevados niveles de migración y de pobreza extrema. Las condiciones de vida para el grueso de sus habitantes están por debajo a las prevalecientes en el resto del país. Se encuentra veinte puntos por encima del nivel nacional del Índice de Pobreza Multidimensional, que contempla, entre otros factores, el ingreso monetario de los hogares y el grado de privación de las personas en un conjunto de dimensiones.
A pesar de sus cuantiosos aportes impositivos a favor de la Nación, el retorno que recibe en materia de inversión oficial es considerablemente bajo. Su situación se agrava, año tras año, a niveles insostenibles, porque el Estado le ha dado la espalda. Suma todos los problemas juntos: carencias en salud, educación, seguridad alimentaria, servicios sociales y cobertura de servicios públicos, con impacto sustancial en el área rural. De ahí que sea un campo abonado para que la inseguridad se desborde, como acaba de suceder en los últimos días y ha pasado en los últimos años. Historia que se repite recurrentemente y que se busca resolver, en cada coyuntura, con la movilización masiva de tropas para controlar el orden público.
La bonanza alcanzada desde cuando se coronó como un hito económico por la movilización de mercancía de importación y exportación, no solo aumentó la brecha social sino que estimuló la presencia de los grupos irregulares, desde las guerrillas y autodefensas, hasta las ahora llamadas bandas criminales que se desprendieron de aquellas y que buscan sacarle provecho a la particular situación geoestratégica que tiene la región para el transporte de estupefacientes.
La violencia ha originado una considerable movilidad poblacional en el municipio, tanto por la salida de desplazados como por la llegada de migrantes atraídos no solo por las actividades portuarias sino por las del narcotráfico y la minería ilegal. Los carteles del narcotráfico y demás grupos armados ilegales la convirtieron en una neurálgica ruta para delinquir y en la medida en que se disputan el control territorial siembran terror entre la población, a fuerza de hurtos, fleteos, desplazamientos, homicidios selectivos y masacres.
De manera cíclica se reviven allí picos inusitados de hechos de violencia, amenazas contra voceros comunitarios y asesinatos de líderes sociales. Según informes de Human Rights Watch (HRW), el puerto puntea entre las principales ciudades del continente en los escalones de violación de derechos humanos e impunidad.
Doloroso el drama que padece esta olvidada urbe de ubicación privilegiada, la más grande de la región, habitada por población mayoritariamente afrocolombiana -descendiente de esclavos traídos por los españoles- y comunidades indígenas, cuya visión de desarrollo contrasta con la visión empresarial que, ante la frágil posición del Estado, se impone e impide promover un desarrollo alternativo sostenible, justo y equitativo que proyecte beneficio a las comunidades y contribuya al progreso nacional.
Ello puede lograrse alrededor de su potencial turístico. Buenaventura posee un entorno, que bien podría posicionarla como destino ecoturístico preferencial, gracias a la particular riqueza de su biodiversidad, producto de la mágica fusión entre la selva húmeda tropical y las blancas playas extendidas entre las verdes aguas del imponente Océano Pacífico, .
Es un destino para recorrer sin rumbo, ideal para atender segmentos especializados de turismo, como buceo, pesca deportiva y avistamiento de aves, de ballenas y de bosque tropical. Dispone, además, de una invaluable riqueza cultural y musical, alimentada por su orgulloso mestizaje. La UNESCO la reconoce como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, y le ha otorgado el título de Ciudad Creativa, dada la valoración y larga tradición culinaria del pacífico colombiano.
Durante sus épocas de sosiego es un imperdible rincón para visitar, por ser la puerta de entrada a una biodiversidad deslumbrante, abrumada por bosques naturales, humedales, ríos y cascadas. Su atractivo muelle turístico es el punto de partida de fascinantes correrías, por lanchas o vehículos artesanales, entre paisajes exóticos y vírgenes. El Parque Nacional Natural Uramba Bahía Málaga; la Reserva Forestal Protectora de los ríos Escalerete y San Cipriano; la Cascada la Sierpe; las playas de Juanchaco y Ladrilleros; las de la Bocana, Pianguita y Chucheros; Isla Palma, o los corregimientos de San Marcos y Sabaletas, son, todos, joyas de una naturaleza prodigiosa y desbordada.
La violencia y la corrupción no pueden ocultar la cara amable y redentora de este destino turístico que reúne a su alrededor tantas ventajas comparativas. La solución, más allá de circunscribirse al aumento de la fuerza pública en cada cresta de sus crisis, requiere de la inversión social, que se le ha negado in sæcula sæculorum, gobierno tras gobierno. Exige una mirada esperanzadora hacia un futuro promisorio. De lo contrario, la cuenta de cobro será costosa e irremediable y paradójicamente -como todo lo suyo- Buenaventura confirmará su mala ventura.
