El turismo es una actividad dinámica, cambiante, fácilmente adaptable a las transformaciones de la sociedad de consumo, y por eso se mueve permanentemente alrededor de las novedades, de la moda y del impulso de los medios de comunicación.
En una sociedad consumista todo se vende, desde gustos hasta ilusiones, y esta industria constituye uno de los instrumentos más visibles de este complejo fenómeno social.
El turismo alternativo es una modalidad que crece con rapidez, en un proceso de diversificación dirigido hacia la búsqueda de destinos y finalidades diferentes al convencional turismo de masas, y se manifiesta en el mercado con interesantes tendencias que apuntan hacia un futuro exitoso. Entrelaza una amplia red de alternativas en la que se trenzan propuestas religiosas y sexuales –estas últimas con notoria presencia en Asia-, con motivantes ofertas de salud, naturaleza, cultura y un largo etcétera de actividades que buscan consolidar mercados, tal como sucede con jóvenes apuestas del tenor del turismo espacial o el de nieve, que a diario amplían su círculo de adeptos y le ganan terreno a la competencia.
Esta nueva gama de oportunidades poco a poco viene cambiando el concepto de los viajes, al hacer énfasis en los esquemas personalizados, con activa participación del usuario en el diseño de los eventos, mayor calidad en los servicios y una acentuada compenetración con la sostenibilidad ambiental, uno de sus primordiales aportes, al utilizar dosis de sensibilidad para su disfrute y su conservación. La cantidad e importancia del valor agregado dependen de la propia capacidad de los operadores para afilar su imaginación y creatividad.
Dentro de las últimas innovaciones se encuentra el llamado Babymoon, o luna de bebé, una atractiva opción de viaje para mujeres embarazadas. Sus promotores buscan sacarle provecho a esa pausada etapa, que va del tercero al sexto mes de gestación, y se lanzan al cometido de que la pareja se dé una previa y consentida escapada a cualquier lugar del mundo -claro está, siempre y cuando el destino seleccionado no genere riesgos de seguridad física o sanitaria-, y encuentre el refugio ideal para encender la última llamarada de pasión antes del nacimiento que se avecina.
La tendencia surge como una especie de renovada luna de miel para celebrar la buena noticia en camino; y la variedad y calidad de los paquetes ofrecidos despega inusitado éxito comercial y millonarias ventas tanto en Estados Unidos como en algunos países de Europa. Ya empiezan a operar, a gusto de los viajeros, agencias exclusivas y especializadas en la organización de estos programas, colmados de románticas e inolvidables experiencias, empaquetadas en una gama de servicios a la carta, que incluye personal preparado para atender la salud y colmar los usuales caprichos de la futura madre y, obviamente, los también merecidos del angustiado progenitor.
Aunque los planes pueden resultar costosos, adobados con visitas de ginecólogos, sesiones de coaching para liberar bloqueos, jornadas planificadas de descanso, tratamientos de estética, clases de yoga, fisioterapias, masajes, comidas ecológicas y hasta book fotográfico, la progresiva disposición de ofertas buscará abaratarlos para darle cabida a ese número cada vez más frecuente de parejas que sueña con evadirse hacia una apacible playa, un sosegado nido rural o la luminosa guarida de una gran ciudad ambientada de cultura y arte, para recargar sus pilas y presagiarle los mejores augurios al soñado fruto del amor.
La sociedad de consumo homogeniza los bienes, acerca los comportamientos de la humanidad y la pone a compartir ideales para encauzarla hacia la embarazosa moda. Y como el turismo no es ajeno a ella nos da la oportunidad, por ejemplo, de comprobar que si los bebés no vienen de París, bien vale la pena visitarla y hacer de la Ciudad Luz una fiesta -como pensaría Hemingway- para allí darles el último empujoncito. Claro está, mucho mejor si es en primera clase y con todo incluido.
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