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Notas al vuelo

La manzana prohibida

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Gonzalo Silva Rivas
10 de marzo de 2021 - 03:00 a. m.
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Colombia ronda en el sexto lugar como uno de los países con mayor riqueza hídrica en el mundo, cuenta con dos océanos, recoge cerca del 50% de los páramos que existen en el planeta y dispone de 700.000 cuerpos de agua, incluyendo, ríos, lagunas, quebradas y caños; todo un privilegiado ecosistema de diversidad biológica que podría surtir de este líquido vital a toda la población y relacionarse, por ejemplo, con el ejercicio de un turismo responsable y sostenible.

Sin embargo, mientras a escala planetaria se profundiza la crisis del agua, por acá no frena su histórico desaprovechamiento. Además de los impactos accidentales causados por la naturaleza y de la aceleración irreversible del calentamiento global -originada por causas humanas-, este patrimonio ecosistémico -como en general todos los recursos naturales- acusa un elevado nivel de riesgo ante el sinúmero de prácticas que conducen a su sobreexplotación, para el beneficio cortoplacista de reducidos focos de interés.

Dentro de la considerable oferta hídrica nacional, seis veces superior a la mundial y tres veces mayor que la latinoamericana, según el Informe Nacional del Agua del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam), las lagunas, de las que en este país se cuentan cerca de 1.600, en su mayoría ubicadas en la zona andina, son un insumo estratégico, pero buena parte de ellas afrontan una situación desalentadora.

La deforestación y quemas no controladas que extienden los límites de la agricultura y de la ganadería comercial; la extracción minera, la explotación maderera, el procesamiento de drogas ilícitas, la contaminación doméstica e industrial y el asentamiento ilegal de pobladores sobre sus cuencas extinguen estos polos de vida, en cuyos tiempos de esplendor abundaban flora terrestre, mamíferos, aves, reptiles, peces y crustáceos.

Problemática que ha sido denunciada reiteradamente, décadas y décadas atrás, sin que se altere el incomprensible abandono a que han estado sometidos. Se desecan y destruyen, se vigilan sin rigor y sin continuidad, la restitución de los espacios públicos recorre el dispendioso y lento camino de la justicia y las campañas de reforestación son efímeras incluso inexistentes en algunas regiones.

Es evidente deducir que no existe plena conciencia alrededor de la preservación del cuerpo y el espacio público de las lagunas en este país. Ni por parte del Estado que, pese a tener autoridades especializadas para asumir su control en las esferas municipal, departamental y nacional, no garantiza su protección, ni tampoco de las propias comunidades, insensibles ante su deterioro. La indiferencia y el desinterés que se perciben por transformar este panorama, por parte de unas y de otras, resulta alarmante.

A medida que pequeñas lagunas desaparecen, otras se contaminan y reducen por falta de conservación. La de Tota, la más grande de Colombia, sigue envenenada con fertilizantes y pesticidas de las plantaciones aledañas y con las aguas residuales del municipio de Aquitania. Igual sucede con la de Fúquene, el depósito de aguas negras de Ubaté; la de Cucunabá, ennegrecida por los desechos de las minas de carbón; la de La Herrera, entre Mosquera y Madrid, víctima de los ácidos reflujos del río Bogotá, o la de Tota, en Boyacá, sometida a permanentes desniveles de agua.

Recién se acaba de denunciar el estado catastrófico de la laguna de Suesca, el otrora soberbio santuario natural de la civilización chibcha, hoy achicada y ensombrecida por su desértico panorama. El imponente espejo, localizado entre los municipios cundinamarqueses de Suesca y Cucunubá, que en sus buenas épocas superaba los seis kilómetros de largo por dos de ancho, ha perdido parte considerable de su cuerpo y de su volumen de agua, obtenida gracias a la acción de las lluvias, por cuanto ningún río alimenta su caudal.

El suyo es un deterioro progresivo, irreversible y multicausal. No adjudicable solo a la reciente temporada seca, sino a la irresponsabilidad humana y a la falta de gobernanza. Además, 700 hectáreas de bosque nativo aledaño han sido destruidas, con afectación de quebradas y cauces que antes le aportaban un significativo porcentaje de agua y hoy retratan su erosión.

Tras el escándalo, las autoridades encargadas anunciaron antier el inicio de un plan de recuperación a corto, mediano y largo plazo, que implicará mantenimiento de redes y canales, manejo ambiental para el desplazamiento de las actividades agropecuarias, siembra de especies nativas de bajo consumo de agua y adquisición de predios privados, de los muchos que pululan a su alrededor, medidas que bien pudieron preveerse y tomarse años atrás, antes de llegar a la situación actual.

Como propuesta turística de naturaleza, las lagunas son escenario ideal para acampar, recorrer y disfrutar de su paz y de su tranquilidad. La de Suesca, aquel antiguo paraíso de aves migratorias y peces de colores que invitaba a la contemplación de los visitantes y a la práctica de la pesca deportiva, exige soluciones efectivas para evitar que esa progresiva destrucción sea la manzana prohibida que prive tanto de sus encantos a los turistas como de sus ingresos a la comunidad local.

gsilvarivas@gmail.com, @Gsilvar5

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juan(9371)10 de marzo de 2021 - 11:59 p. m.
Ya es tarde , se perdió porque la privatizaron.
Gonzalo(40638)10 de marzo de 2021 - 04:22 p. m.
Es una pena que los gobernantes no hayan tomado medidas a tiempo. Siempre negociando con los recursos del pueblo. Una fuente hidrográfica como es y que esté así. Habría que ver fotos y vídeos antes de que empezará a funcionar la fábrica de cemento que hoy en día ha cambiado tanto el pueblo.
Gonzalo(40638)10 de marzo de 2021 - 02:42 p. m.
La laguna es muy bonita, pero está rodeada de área privada, lo que es injusto e ilógico porque no deja que los visitantes puedan acceder completamente a ella y se supone que es de todos los colombianos. Sería bueno que los gobernantes estimularan la presencia de turistas para poder disfrutar plenamente de esta hermosura y que no sea algo exclusivo para las fincas circundantes.
Francisco(82596)10 de marzo de 2021 - 02:34 p. m.
Hola, amigos. Y lo peor es que los enemigos del medio ambiente, o por acción o por omisión, no solo destruyen la vida sino a los que la cuidan. El horror máximo es asesinar a los que cuidan la vida, es decir, a los ambientalistas. Creo que es el extremo de la perversión y la maldad humana.
Julio(18467)10 de marzo de 2021 - 10:48 a. m.
Ojalá la CAR haga estudios de aguas subterráneas, pero serios y no como los de hace cerca de 12 años, para ver la influencia de las minas de carbón que pueden estar desfondando el sistema hidrogeológico.
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