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La peor de sus órbitas

Gonzalo Silva Rivas

23 de marzo de 2022 - 12:01 a. m.

Desde hace algo más de dos décadas la Estación Espacial Internacional (ISS) representa un símbolo de la cooperación multinacional. Lleva veinticuatro años orbitando sobre la tierra, a 340 km de altitud, y se utiliza como un laboratorio de investigaciones en condiciones de microgravedad. Allí trabajan, conjunta y armónicamente, las principales potencias espaciales del planeta y gracias a esa suma de confraternidad y esfuerzos han logrado impulsar avances en las áreas más disímiles de la ciencia, con beneficios que se irrigan a diversos campos de la sociedad.

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La construcción de la ISS fue planteada hacia 1984 por el presidente Ronald Reagan y solo en 1998, finalizada la guerra fría, comenzó a tomar forma cuando Rusia lanzó el primer módulo, que sería la pieza inicial de su estructura y marcaría el inicio de uno de los mayores sueños de la humanidad: disponer en el espacio de un lugar habitable que sirviera, incluso, como centro de exploraciones científicas y proyectos aeroespaciales. Hoy día esta portentosa plataforma, construida y ensamblada progresivamente por 16 países, que pesa cerca de quinientas toneladas y es tan grande como un campo de fútbol, carga a cuestas alrededor de 3 mil investigaciones científicas.

Su operación corre a cargo de cinco agencias espaciales, representativas de diferentes regiones del mundo: la NASA de Estados Unidos, la Agencia Espacial Federal Rusa (Roscosmos), la Japonesa de Exploración Espacial (JAXA), la Espacial Canadiense (CSA) y la Espacial Europea (ESA). Cada una de ellas cuenta con sus propias áreas de experimentación, que a la letra de los tratados constituye una extensión territorial. En equipo promueven programas comunes y administran el desarrollo de la nave, alineados en torno a una normatividad establecida mediante acuerdos intergubernamentales.

Pero las tensiones políticas derivadas de la salvaje agresión a Ucrania por parte del Kremlin salieron del planeta y llegaron al espacio. Las drásticas sanciones impuestas por los Estados Unidos a Rusia, las más fuertes a las que haya sido sometida potencia mundial alguna desde la guerra fría, han despertado alertas. El armónico escenario de investigación se ensombreció y podrían afectarse las relaciones de cooperación, con una seria amenaza a la estabilidad del programa. También se pone en riesgo la propia seguridad de esta pequeña ciudadela científica que, alejada del mundanal ruido, flota alrededor de la Tierra, a 28 mil km por hora.

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Las alertas se desprenden de la reciente advertencia hecha por el responsable de la agencia espacial rusa, Dmitri Rogozin, sobre la posibilidad de reconsiderar su participación en la Estación, continuar con las investigaciones de manera independiente y priorizar la construcción de satélites militares, en refuerzo de la seguridad nacional. El retiro de Rusia podría tener grave repercusión para la ISS, dada su estratégica dependencia de las misiones y la tecnología de este país, del que recibe, además del soporte para producir oxígeno y reciclar agua, el suministro de electricidad y la corriente para su propulsión. Su principal contribución es mantener equilibrada la altura del satélite artificial y evitar colisiones con fragmentos de basura espacial.

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De no producirse los niveles de energía que la impulsan, la ISS iría perdiendo altura y podría correr el riesgo de precipitarse, bien para terminar calcinada en el espacio o impactar contra alguna región del mundo ante un aterrizaje o amerizaje no controlado, con posibilidades de tragedia. La NASA intenta enfriar el asunto y confía en que el conflicto militar y las sanciones no toquen la cooperación en los programas espaciales civiles. Sin embargo, baraja eventuales soluciones para mantener la estación en órbita sin la ayuda de Rusia. El primer apoyo lo recibió de su aliado, SpaceX, propiedad del multimillonario Elon Musk, quien, por ahora, es el único que posee otro cohete espacial capaz de acoplarse a la Estación, abastecerla y proporcionarle el impulso que sea necesario para mantener la órbita.

La fecha de caducidad de este impresionante laboratorio flotante, el objeto individual más costoso de la historia, está previsto para 2030, una vez que los módulos comerciales, que funcionarán tanto para agencias espaciales como para clientes del sector privado, desarrollen sus propios diseños de órbita baja. De cumplirse el cronograma previsto, la estructura emprenderá el viaje de regreso a la Tierra en el segundo semestre de ese año para poner punto final a sus tres décadas de exitosos programas científicos. Los restos entrarán a la atmósfera terrestre en enero de 2031 y deberán caer en el Punto Nemo, uno de los más remotos sitios del Océano Pacífico.

Por lo pronto, la prueba más cercana de la intensión rusa de “volver trizas” su cooperación espacial se tendrá el 30 de marzo. Ese día su nave Soyuz deberá regresar a la Tierra a cuatro astronautas que se encuentran en la Estación, uno de ellos el estadounidense Mark Vande Hei, a quien Moscú insinuó con dejarlo en el espacio. La Estación Espacial Internacional, un modelo de cooperación científica y tecnológica, enfrenta la peor de sus órbitas, consecuencia de ese polvo tóxico que emite el conflicto político-militar que está sacudiendo al planeta.

En campo ajeno. En las últimas décadas el Inpec arrastra con una larga historia de corrupción. Sus escándalos son permanentes y varios han ocurrido durante este gobierno. Pero solo hasta ahora, en la agonía de su administración, al presidente y a su ministro de Justicia se les ocurre anunciar una reforma al descompuesto sistema carcelario del país. Cabe preguntarse qué funciones desempeñó en tres años y medio nuestro Ministerio de Justicia, un despacho que no suena ni truena.

gsilvarivas@gmail.com

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