Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Los recientes colapsos del aeropuerto El Dorado, en algunos casos por condiciones meteorológicas adversas, como ocurrió el jueves pasado, y en otros por monumentales congestiones de pasajeros y demoras migratorias, tal y como se evidenció durante la semana de receso escolar y la temporada vacacional de mitad de año, envían claras señales de que la infraestructura tecnológica y física del terminal bogotano se ha quedado, literalmente, corta frente a los avances en los sistemas de gestión del tráfico aéreo y al creciente ritmo en la demanda de sus servicios.
Este complejo escenario se ha vuelto constante, repetitivo, tanto en las ocasiones en las que una espesa niebla matutina se apodera de la ciudad, como cuando se registra cada pico de demanda. Por eso, no deja de ser comprometedor y, obviamente, preocupante, que, dado su rol estratégico, el aeropuerto bogotano enfrente esta clase de fallas, que no son menores, y sea desbordado por las circunstancias, especialmente en momentos o temporadas en las que debería primar la eficiencia.
Por un lado, aunque allí se maniobra con tecnología funcional, esta es insuficiente para garantizar una continuidad operativa en condiciones extremas. El ILS categoría II instalado en una de las pistas permite aterrizajes con visibilidad reducida, pero no cubre toda la operación, y según las denuncias de los sindicatos de controladores, los sistemas de navegación y de comunicación registran fallas recurrentes. Al juntarse todas estas limitaciones no es posible responder eficazmente a la presencia de fenómeno naturales, propios de una geografía montañosa como la nuestra y de un clima tropical exacerbado por el cambio climático.
Por el otro, el aeropuerto se encuentra saturado, dado que ya no está a la altura de su volumen operativo ni de su papel estratégico dentro de la conectividad nacional. Su infraestructura física, modernizada hace tan solo ocho años, con la inauguración de la nueva terminal doméstica, bordea sus máximos límites y carece de suficiente flexibilidad para absorber el crecimiento de la demanda. El Dorado movilizó 45,8 millones de pasajeros el año pasado, 16 % más que en 2023, y proyecta alcanzar una cifra cercana a los 48 millones para finales de este 2025, manteniendo una línea de incremento sostenible a lo largo de la década.
Los bogotanos nos hemos preciado de tener un aeropuerto moderno y hasta hace poco funcional, orgullo de la ciudad, que moviliza la mitad del tráfico aéreo del país, que ha sido premiado muchas veces como el mejor de América del Sur, que se afianza como el principal hub aéreo de América Latina y que se encuentra clasificado por la Official Airline Guide entre los 20 terminales más activos del mundo. Una narrativa, sin embargo, que ya no sincroniza con los límites de su capacidad ni con la eficiencia de su infraestructura, amenazando a corto plazo con un eventual estrangulamiento operativo, compleja situación que no puede desatenderse y mucho menos ignorarse.
Dentro del contexto actual se hace necesario poner su infraestructura física y tecnológica a tono con el papel protagónico que viene jugando como eje de la conexión aérea internacional. Más que una nueva renovación con ajustes parciales que solucionen momentáneamente sus necesidades, El Dorado debe ser objeto de una transformación estructural, de fondo, que lo hagan viable, sostenible y competitivo frente a las turbulencias atmosféricas y a esa progresiva demanda de pasajeros y de carga que enfrenta. Sobre este último ítem, valga recordar que, hoy día, es el aeropuerto que lidera el mayor movimiento de carga en América Latina y el Caribe, ubicándose, de paso, entre los 34 primeros del ranking mundial.
Desde el año pasado se viene hablando del proyecto El Dorado, máximo desarrollo, EdMax, una iniciativa soportada bajo el esquema de asociación público-privada, liderada por la Agencia Nacional de Infraestructura, ANI, y Odinsa, y enfocada hacia su ampliación y modernización, con más pistas, terminales y zonas de carga, para extender su capacidad a 73 millones de pasajeros. Consolidar esta iniciativa es urgente, pero tiene que ir más allá de construir infraestructura física. Requiere integrar un ecosistema tecnológico moderno e, incluso, una fluida red vial de acceso.
Es preciso actualizar los sistemas de navegación y fortalecer los protocolos de contingencia; renovar el sistema ILS en todas las pistas para facilitar las operaciones en condiciones de visibilidad mínima; modernizar radares y sistemas de comunicación, y crear un centro de comando climático que integre meteorología, tráfico aéreo y gestión de crisis. EdMax puede ser la oportunidad para transformar positivamente el aeropuerto más importante del país, siempre y cuando se entienda que, aparte de cemento y vidrio, la infraestructura debe tener tecnología de última generación.
El Gobierno, a través de la Aerocivil, tiene que asumir responsabilidades, como planificar el desarrollo del sistema aeroportuario nacional y garantizar la seguridad operacional, promoviendo una transformación estructural y coordinando inversiones en tecnología crítica. En consecuencia, debe mostrar voluntad política, capacidad de visión y, claro está, transparencia en la gestión.
El aeropuerto bogotano, la principal puerta de acceso al país, tiene que volar más alto. No basta con ser el más transitado, el más premiado ni el más fotografiado de la región. Además de pretender contar con instalaciones confortables, debe ofrecerse como el más confiable en tecnología para quitarse ese lastre que le generan las diferentes nieblas que ponen en entredicho su capacidad física y operativa. Hay que evitar que esos frecuentes nubarrones le quiten lustre a El Dorado.
En el sector: Las relaciones entre la Aerocivil y los sindicatos de trabajadores han sido tormentosas a lo largo de esta administración. Ni con Sergio París ni con el brigadier general (r) José Henry Pinto, su actual director, fue posible mantener una política de diálogo, confianza y relación armónica que permitiera encauzar esfuerzos e intereses hacia un mismo objetivo. Martín Peñalosa, directivo del sindicato de controladores aéreos, denuncia el progresivo deterioro de los sistemas de navegación, radares y equipos de control en varios aeropuertos del país, además, de una sobrecarga laboral y hostigamiento hacia funcionarios que denuncian incidentes aéreos. Aunque la versión es objetada por la cabeza de la entidad, no dejan de preocupar las acusaciones de los técnicos, pues lo que está en juego es la seguridad operacional de un servicio que mueve millones de pasajeros. Se necesita, sin duda, de una auditoría independiente que valore la realidad del actual sistema operativo.
@gsilvar5
