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En los países latinoamericanos, excepto Brasil, es poco lo que se percibe de Portugal como una propuesta turística de alto perfil.
La otrora potencia económica y cultural que llegó a convertirse en imperio mundial ha permanecido por décadas dándole la espalda a un mercado de economías emergentes que crece en alza y, sorprendentemente, por tanto tiempo, se ha negado la oportunidad de conocer y disfrutar de uno de los destinos más reveladores y fascinantes de toda Europa.
Con cerca de 1.800 km de costa en el Océano Atlántico y magnificas islas de acantilados vertiginosos, como Azores y Madeira, esta antiquísima nación carga muchos siglos de historia, escrita al paso de una mezcla disímil de civilizaciones. Le brotan encantos. Reúne características especiales que han moldeado la calidez de su gente. Los contrastes paisajísticos, la cotidiana evocación al pasado y esa infinita gama de propuestas que ofrece, la han convertido en destino obligado para visitar, como se sugiere en portafolios del turismo y prensa especializada. La facilidad del idioma y la buena señalización son buen apoyo para desplazarse por cualquier paraje.
En sus modernas y palpitantes ciudades, las mismas que crecen alrededor de castillos o de antiguos barrios con fachadas de azulejo y místicos monumentos, se vive el frenesí de la cultura, la gastronomía o la religión. El fado, su canto popular, los vinos y los oportos marcan su ritmo. Las playas son tentadoras y la movilidad, con servicio impecable, a través de preciosas vías y rápidas carreteras, es un acierto. La seguridad se percibe perfecta y el costo de vida resulta más bajo que en buena parte del vecindario europeo.
En viaje corto una alternativa recursiva para escoger debería incluir a Lisboa, lindísima capital blanca, reflejada en las claras aguas del río Tajo, con sus parques, monasterios y la legendaria Torre de Belém. Fátima, el concurrido centro de peregrinación donde la Virgen se apareció dos veces a tres pastores y cuyo imponente santuario integra los Caminos de Compostela. Coimbra, la de las calles estrechas y arcos medievales, sede de la más antigua universidad de Portugal. Oporto, la segunda ciudad del país, con su ambiente británico y sus mágicos paseos por los muelles del Duero; o la histórica Braga, la tercera en población. Si la estancia va más allá, sorpresas darán las abundantes propuestas turísticas de Albufeira, Funchal o Loule.
El país en general goza de un clima mediterráneo bastante particular. Está bañado por el sol durante la mayor parte del año y sus suaves temperaturas no llegan a los extremos de otros lugares. Un contraste con los estragos del calentamiento global. Portugal es un lugar perfecto para vacaciones familiares, pero la tranquilidad y sus ventajas comparativas con otros destinos lo idealizan como sitio de residencia para jubilados.
Resulta curioso entonces que pese a estar situado entre los 18 destinos turísticos más visitados del mundo, los latinoamericanos le hayan prestado tan poca atención a esta joya ibérica, relegándolo en favor de otros buenos vecinos, como España, Francia o Italia. Sin embargo, alcanzarlo para contagiarse de su magia, no es nada difícil.
Está conectado por varias aerolíneas que llegan al corazón de Europa. En vuelos directos, solo Brasil y Colombia operan hasta Lisboa por TAP, su aerolínea oficial, que ha priorizado ambos países como puertos de salida de una prometedora región, con la que esperan empujar su dinámico flujo de turistas extranjeros, que hoy supera los ocho millones, cifra casi equivalente al total de sus habitantes. TAP inició su vuelo desde Bogotá hace un mes, y con la invitación a autoridades turísticas inició la promoción formal de este pequeño pero sorprendente país europeo, clasificado entre los de mayor desarrollo y mejor calidad de vida en el mundo.
Una buena elección de viaje es la patria de Luís de Camões. La que percibimos tan lejos, pese a tenerse tan cerca.
gsilvarivas@gmail.com
