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El aporte del Nobel de Literatura Gabriel García Márquez al turismo colombiano fue –y sin duda alguna, seguirá siendo– determinante.
Se resume en los múltiples escenarios de la realidad que sirvieron para recrear pasajes para los personajes de sus novelas o que recogen huellas de su vida personal. Pero también en la variedad de rincones y lugares que nacieron de su imaginación y que reflejan la identidad de una región e, incluso, de todo el continente. Su legado constituye un inestimable material histórico, social, cultural y literario, que sazona una atractiva y seductora propuesta turística.
El “Realismo Mágico”, el mismo que Proexport promueve con acierto por el mundo como marca turística de Colombia, se encuentra regado por todos los poros del país, pero en especial por los resquicios de aquellas cotidianas, soleadas y fantásticas comarcas caribeñas, envueltas en historias, leyendas, olores y amoríos, que fueron fuente permanente de inspiración y fábula para el hijo del telegrafista de Aracataca.
Gabo retrató para el mundo la misteriosa Cartagena amurallada. La de la Casa del Marqués de Casalduero, donde creció Sierva María de Todos los Santos, y la del Convento de Santa Clara, en cuyo aljibe las monjas la contemplaron por primera vez, como se narra en Del amor y otros demonios. La de la Casa de Fermina Daza, en El amor en los tiempos del cólera, e incluso la de la Universidad que lleva el nombre de la ciudad, donde Gabo abortó su carrera de derecho para felizmente volverse escritor.
También plasmó a la Barranquilla del restaurante La Cueva, en la que un memorable grupo de amigos le dio alma a un evocador centro de cultura alrededor del periodismo, el arte y la literatura, y cuya influencia fue definitiva para sus técnicas narrativas. Y la de la populosa vivienda del barrio Abajo, donde habitó siendo adolescente, y alimentó en sus entrañas la sombría historia que inspiró la Crónica de una muerte anunciada.
Ciénaga, en el Magdalena, rememora la desalmada y atroz masacre de las bananeras, contada magistralmente en Cien años de soledad. Y, más adentro, cerca a Fundación, la reminiscente y enaltecida Aracataca, exhibe con orgullo la Casa Museo, construida sobre las ruinas de la vieja morada familiar, donde se revive la nostalgia de ambientes alegóricos que ilustran los espacios en los que transcurrió su niñez.
La geografía garcia-marquiana abarca una fascinante travesía que trasciende Santa Marta, Cartagena y Barranquilla, se adentra por las ariscas serranías de la Ciénaga Grande, los polvorientos y apacibles caseríos de La Guajira, y las soleadas plazas del Valle de Upar, invadidas por nostalgias vallenatas. El Caribe colombiano, que su obra inmortalizó, recoge en cada pueblo y en cada centímetro de su espacio la esencia propia del fabuloso Macondo, mezcla de fantasía y realidad. Un microcosmos turístico que –si utilizáramos las palabras del propio Gabo– “no es un lugar sino un estado de ánimo que le permite a cada quien ver lo que quiere ver, y verlo como lo quiere ver”.
