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Los affaires sexuales de militares y agentes de seguridad estadounidenses fuera de su país son casos recurrentes. Su presencia en prolongadas guerras como miembros de fuerzas de combate o de pacificación ha desencadenado violaciones e incremento de la prostitución, incluyendo la infantil, en muchas de las naciones ocupadas. Filipinas, Corea, Camboya y Kosovo experimentaron notable crecimiento de esta actividad y de los establecimientos para su servicio con la llegada de sus tropas y las de la OTAN.
Lo de Cartagena expresa esa aplicada cultura de consumo sexual foráneo de los destacamentos militares gringos, que por criterios políticos escandaliza hoy a sus círculos de opinión al estar involucrado, además, el cuerpo secreto que constituye la piel del presidente. Los campos de batalla, junto con el viacrucis de la pobreza y el acceso inversionista son permanente estimulo de la demanda extranjera en la multimillonaria industria del sexo, convertida en dinámica modalidad turística de carácter masivo, que traspasa fronteras y se extiende al ritmo de la globalización.
Colombia no lidera los rankings ni es referenciada con frecuencia en los catálogos del turismo sexual, pero cada vez ocupa un espacio más relevante dentro del extendido mapa de la mercadería humana. La prostitución es la tercera actividad delictiva más rentable en el mundo, después del tráfico de drogas y de armas, y solo en América Latina genera ganancias cercanas a los US$19 mil millones al año.
La industria se mueve legal o subrepticiamente en el mundo, y de manera cíclica va formando reconocidos paraísos sexuales en todos los continentes, especialmente en zonas afectadas por violencia, sin distingo de ubicación; por crisis económicas, como en el sudeste asiático; por complejas transiciones al libre mercado, como en la Europa del este; por pobreza, como en Africa y América Latina, o incluso por tradición histórica o cultural del oficio, como en Holanda, con el Barrio Rojo de Amsterdam que mantiene incólume su fama casi milenaria. Arabia tampoco es ajena a sus cortesanas de túnica y velo blanco.
El desequilibrio social y el poder económico de explotadores y turistas, en su mayoría extranjeros, son en gran parte ejes centrales de la demanda y del problema. Le Monde Diplomatique en lejano análisis sobre el tema esbozaba una provocadora conclusión. El turismo sexual se alimenta del encuentro entre la miseria y la belleza mundial: la miseria afectiva de los países desarrollados y la belleza humana de los países en desarrollo.
