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En septiembre del año pasado cuando el presidente Santos viajó a San Andrés para reafirmar la soberanía del archipiélago y designar a una joven mujer raizal como viceministra de Turismo, el ensombrecido ambiente de la región se llenó de buenas sensaciones.
Las islas, antiguo remanso de paz, percibieron la insinuación de un súbito cortejo por parte del Gobierno Nacional, y como resarcimiento al desolador fallo de la Corte de La Haya, en noviembre de 2012, sintieron, algo seducidas, que entrarían al corazón de sus prioridades programáticas y presupuestales.
Sin embargo, desde aquel furtivo coqueteo poco o nada han cambiado las cosas en esta región insular. Doce meses después no solo le acechan los efectos negativos de la sentencia de La Haya que perturban su progreso y permean su futuro, sino que la realidad avizora nubarrones desoladores. Los problemas que enfrenta son variados y profundos. Delincuencia, presencia del narcotráfico, pésimos servicios públicos, afectación del medio ambiente, sobrepoblación, pobreza, desempleo. En fin, más de las diez plagas que según las revelaciones bíblicas azotaron a Egipto en los faraónicos tiempos de Moisés.
La determinación de la Corte Constitucional de declarar inexequibles los artículos de la Reforma Tributaria que destinaban recursos de emergencia al archipiélago, sumado a las denuncias del dimitente asesor gubernamental para el proyecto de desarrollo de San Andrés, Rudolf Hommes, sobre demoras y falta de gestión de las promesas oficiales, han originado un tormentoso tsunami con epicentro en Bogotá, cuyas ondas impactan sobre sus pobladores, devorándoles su confianza y dejándoles solo incertidumbre.
San Andrés es hoy una olla a presión en la que se acumulan los vapores de sus tantos problemas, y donde la inseguridad es la amenaza que más rápido puede superar el punto de ebullición. El atraco criminal perpetrado el pasado fin de semana contra un turista extranjero y su pareja le dan la razón al exministro Hommes cuando califica a las bandas criminales de seria amenaza para la tranquilidad regional. Nada es más contraproducente para la economía de un territorio que cuenta con el turismo como una de sus principales fuentes de generación de ingresos, que dejarse apabullar por la delincuencia.
La violencia, en particular la jalonada por el narcotráfico, literalmente se ha apoderado del archipiélago, como lo reportan los diversos hechos criminales ocurridos en los últimos días, sin importar sitio ni hora. Inquieta entonces que en aquellos escasos 44 kms2 de extensión, donde se esculpe este paraíso caribeño, los asesinatos, las desapariciones forzadas y la feria de recompensas empiecen a formar parte de su lenguaje cotidiano.
Aunque el presidente anunció aumentar el pie de fuerza y por allí viajó ayer en funciones tácticas el director de la Policía, será mucho más que milicia lo que requiere este referente turístico insular para voltear su oscura página y retomar la seguridad. Implementar sin dilaciones los compromisos contemplados por décadas y esbozados hace un año es el comienzo de la tarea. Para ponerla a andar habrá que quitarle las talanqueras a las tantas promesas que han quedado en el tintero y que -como sucede con algunas olas lisas del océano- por falta de presión, no llegan a la playa.
gsilvarivas@gmail.com
